El autor, Norbert Elias (Breslau, 1897) estudió Medicina, Filosofía y Sociología en Breslau, Friburgo y Heidelberg. Entre sus compañeros y profesores se cuentan: Kart Manhein, Alfred Weber, Rickert Husserl, y Jaspers. Vivió en su propia carne el drama de la Iª Guerra Mundial como soldado y en 1933, ante las atrocidades que anunciaba el nazismo y las limitaciones al trabajo de los intelectuales judíos, emigró a Francia y posteriormente, en 1938, a Gran Bretaña. En 1941 su madre moría en el campo de concentración de Auschwitz.
Desde 1954 era catedrático de Sociología en Leicester y ha ejercido la docencia en universidades de varios países. En 1977 Elias recibió el prestigioso Premio Adorno en Frankfurt. Fue un decidido crítico de la sociología tradicional, inclinada a la elaboración de modelos estáticos, como el de Talcott Parsons, y tendencias de grupo. En 1939 publicó en Alemania El proceso de civilización sin que llegara ciertamente a la atención del público, en parte por su condición de judío y en parte por su renuncia a formar parte de grupos doctrinarios. En 1970 surge del anonimato con un monumental trabajo y con una reconocida voz que debía ser escuchada por las Ciencias Sociales, especialmente por la Historia, hasta ser considerado uno de los sociólogos más importantes del siglo XX, teniendo tiempo de ver reconocida su obra antes de su muerte acaecida en 1990 a los 93 años de edad.
Fue sobresaliente su excepcional interés en comprender por qué los humanos se comportan como lo hacen, lo cual se hace evidente en el conjunto de su obra con títulos como: La sociedad cortesana, La sociedad de los individuos o La soledad de los moribundos; de la cual es pieza maestra El proceso de civilización, en la que realiza un elaborado análisis del “desarrollo histórico a largo plazo” que da lugar a una teoría de la civilización o del desarrollo social.
En El proceso de civilización Elias parte de un problema presente, la orgullosa autoconciencia que tienen los occidentales de ser “civilizados”, para demostrar que las formas de comportamiento consideradas típicas del hombre “civilizado” occidental no han sido siempre igual, sino que son fruto de un complejo proceso histórico en el que interactúan factores de diversa índole que dan lugar a transformaciones en las estructuras sociales y políticas y también en la estructura psíquica y del comportamiento de los individuos, es decir, que a lo largo de muchos siglos se va produciendo una transformación paulatina hasta alcanzar la pauta de nuestro comportamiento actual, lo cual no quiere decir que el proceso civilizador haya culminado, para Elias no tiene un principio específico y continua en marcha, ni siquiera lo identifica con la idea de progreso señalando que no hay nada intrínsecamente bueno o malo en la civilización. Por otro lado tampoco lo considera como un proceso rectilíneo sino que más bien implica flujos y reflujos, movimientos hacia atrás y hacia delante, incluso desplazamientos laterales. El proceso de civilización supone una transformación del comportamiento y de la sensibilidad humanos en una dirección determinada, pero no de una forma consciente o racional, no es el resultado de una planificación que prevea el largo plazo ya que estas capacidades presuponen un largo proceso que se tratará de explicar más adelante.
Para acotar un tiempo de investigación el autor se remonta a la Edad Media en diferentes unidades políticas europeas: Alemania, Inglaterra y Francia principalmente, extendiéndose hasta los comienzos de la Edad Contemporánea. El concepto de civilización deriva de la noción de civilité que como los de cultivé o politissé trataban de caracterizar la especificidad del comportamiento cortesano del siglo XVI y lo elevado de sus costumbres sociales frente a la conducta de personas más primitivas y sencillas.
El proceso de constitución del concepto de civilización así como su función y significado son diferentes para Inglaterra, Francia y Alemania, así para las dos primeras civilización designó en términos genéricos una mejora en el trato y las costumbres; en cambio, en Alemania, por oposición, se concibió como “cultura”, en alusión al hombre cultivado.
Norbert Elias realiza su análisis de los cambios graduales que se dan en la conducta, las costumbres y el carácter psicológico de las personas a través de la literatura, los libros de consejos y los manuales de courtoise, donde se manifiesta la diversidad de códigos y reglas para la configuración de las “buenas costumbres”, es decir, el proceso de modelación de los comportamientos hacia costumbres menos rudas en situaciones como la compostura en la mesa, la realización de las necesidades fisiológicas, el modo de sonarse o de escupir, el comportamiento en el dormitorio, las relaciones sociales y en el manejo y represión de la agresividad.
De este modo demuestra que el comportamiento de los hombres medievales podría calificarse de infantil (desde un punto de vista actual) con escasa represión de los instintos y de las necesidades fisiológicas tan naturales para ellos que no veían la necesidad de reprimirlas o hacerlas en soledad. Era una sociedad en la que los sentimientos actuaban de una forma más libre o espontánea e intensa, con oscilaciones muy extremas.
En el siglo XVI la clase nobiliaria caballeresca-feudal está en decadencia mientras se está gestando una nueva clase cortesana-absolutista abriéndose las posibilidades de ascenso social, de modo que los manuales de conducta del momento respondían a las necesidades de una sociedad en transición y en ellos se recogían las formas de comportamiento que la sociedad esperaba de sus miembros anunciando una nueva relación entre los seres humanos que se observan y configuran a sí mismos con una conciencia más clara que en la Edad Media. Según Elias esta situación da lugar a que avance el umbral de la vergüenza y de los escrúpulos, de modo que aumenta la presión externa que unas personas ejercen sobre otras a la vez que crece la presión interna para conseguir el autocontrol o la autocoacción que opera incluso cuando el individuo está en soledad y en consecuencia comienzan las transformaciones en las pautas de comportamiento.
A partir de las fuentes mencionadas Elias nos muestra la manera como una costumbre, aceptada en un tiempo, posteriormente deja de serlo debido a su hipótesis de que los “umbrales de la vergüenza” avanzan gradualmente como parte del proceso civilizador. Puede observarse que muchas conductas eran frecuentes y no causaban vergüenza porque no se consideraban descorteses o simplemente porque no se estaba informado de su nuevo significado reprobatorio: tomar la comida con las manos, limpiarse los dientes con el cuchillo, chuparse los dedos, eructar, desnudarse delante de otros… Es el desplazamiento de los umbrales de vergüenza y de sensibilidad hacia los otros lo que dispara el afán de los reformadores en “prohibirlas”, señalándolas como inapropiadas o inaceptables, es decir, como “incivilizadas”.
Cuando las nuevas formas de comportamiento son imitadas por las clases medias se pierde el carácter de diferenciación con lo cual se impulsa en las clases altas una nueva fase de refinamiento y elaboración de comportamientos para mantener su prestigio diferenciador. Elias lo ejemplifica en el cambio de la nobleza caballeresca (s. XI-XVI) hacia la aristocracia cortesana-absolutista (s. XVII-XVIII) y de ésta al ascenso de la burguesía tras la Revolución Francesa. Son fases del proceso civilizador general en las que estos grupos lideran las transformaciones de las costumbres, destacando el importante papel de la corte, sobre todo la francesa, para la domesticación y pacificación de las costumbres nobiliarias, irradiando su influencia al resto de cortes europeas.
«En principio son las personas situadas más alto en la jerarquía social, las que de una u otra forma, exigen una regulación más exacta de los impulsos, así como la represión de éstos y la continencia en los afectos. Se lo exigen a sus inferiores y, desde luego, a sus iguales sociales. Sólo bastante más tarde, cuando las clases burguesas […] se convirtieron en clase alta, en clase dominante, pasó la familia a ser el centro único o, mejor dicho, el centro primario y dominante de la represión de los impulsos. Únicamente a partir de este momento la dependencia social del niño con respecto a los padres, pasó a convertirse en una fuerza especialmente importante e intensiva de la regulación y la modelación emotivas socialmente necesarias.»
(Elias, 1987: 179)
De este modo, según Elias, cada niño recibe de forma intensa el proceso de civilización. La represión de los instintos se la inculcan como una auto-coacción que termina por actuar de forma automática. En consecuencia las “prohibiciones sociales” se convierten cada vez más claramente en parte de uno mismo, en un “súper-yo” o inconsciente estrictamente regulado, produciéndose por tanto la transformación de la condición psíquica del ser humano, aunque no sin conflictos puesto que en el propio individuo se entabla una lucha entre las manifestaciones instintivas (más agradables) y las limitaciones, prohibiciones y sentimientos de vergüenza.
A medida que avanza el proceso civilizador se va diferenciando una esfera íntima o secreta y otra pública, un comportamiento en la intimidad y otro distinto público. Esta división acaba por convertirse en un hábito hasta tal punto dominante que ni siquiera se es consciente de ella.
«… la tensión que supone ese comportamiento “correcto” en el interior de cada cual alcanza tal intensidad que, junto a los autocontroles conscientes que se consolidan en el individuo, aparece también un aparato de autocontrol automático y ciego que, por medio de una barrera de miedos trata de evitar las infracciones del comportamiento socialmente aceptado pero que, precisamente por funcionar de este modo mecánico y ciego, suele provocar infracciones contra la realidad social de modo indirecto. Pero ya sea consciente o inconscientemente, la orientación de esta transformación del comportamiento en el sentido de una regulación cada vez más diferencial del conjunto del aparato psíquico, está determinada por la orientación de la diferenciación social, por la progresiva división de funciones y la ampliación de las cadenas de interdependencia en la que esté imbricado directa o indirectamente todo movimiento, y por tanto toda manifestación del hombre aislado.»
(Elias, 1987: 452)
Cadenas de interdependencia * es un concepto clave en la obra de Elias. Supone la dependencia de los individuos entre sí a medida que avanzan una serie de interrelaciones a las que contribuyen entre otras causas el aumento demográfico, el desarrollo urbano, la especialización o división de funciones, el cambio de una economía natural a la monetaria o la centralización de los poderes públicos. Las cadenas de interdependencia se interrelacionan de tal forma que afectan a todos los ámbitos de las manifestaciones humanas, determinando la marcha del proceso histórico, y son el fundamento del proceso civilizador en una dirección determinada.
Elias acude a la Historia para demostrar que también son motores de este proceso los cambios políticos que se producen entre el final de la Edad Media y el principio de la Contemporánea. Las unidades feudales sufrieron un férreo proceso de luchas de competencia y exclusión que culminó con la absorción de éstas por una sola casa dinástica que se adjudicó la titularidad de un amplio territorio sobre el que ejercía su autoridad (monarquías autoritarias) eliminado la competencia de los nobles atrayéndolos a la corte, convirtiéndose ésta en lugar de control y domesticación de la nobleza lo cual fue un factor decisivo en el proceso de civilización. La nobleza pierde su función guerrera para convertirse en servidora del rey a lo que contribuye la progresiva centralización de los poderes político, militar y fiscal. Esto es lo que Elias llama “mecanismos de monopolio”, aparatos especializados de dominación que caracterizan al Estado Moderno, el autor relaciona por tanto la evolución de estos mecanismos de monopolio, que tienen su máxima manifestación en las monarquías absolutistas, con la génesis del Estado Moderno. La implantación “del monopolio de la violencia” fue decisiva, según Elias, para la consolidación de las transformaciones del comportamiento; las coacciones externas que imponían los entes estatales sobre los individuos estimularon la formación de autocoacciones y controles autónomos interiores que garantizaron la estabilidad del sistema social y político.
«La estabilidad peculiar del aparato de autocoacción psíquica, que aparece como un rasgo decisivo en el hábito de todo individuo “civilizado”, se encuentra en íntima relación con la constitución de institutos de monopolio de la violencia física y con la estabilidad creciente de los órganos sociales centrales. Solamente con la constitución de tales institutos monopólicos estables se crea ese aparato formativo que sirve para inculcar al individuo, desde pequeño, la costumbre permanente de dominarse; sólo gracias a dicho instituto se constituye en el individuo un aparato de autocontrol más estable que, en gran medida, funciona de modo automático»
(Elias, 1987: 453-454)
De igual modo la progresiva monopolización de la violencia física y la intensificación de las cadenas de interdependencia impulsan transformaciones de las funciones psíquicas del individuo, esto es, la previsión a largo plazo; la racionalización y psicologización del comportamiento.
La transformación de la nobleza caballeresca en cortesana supuso el control de las emociones y de las pasiones espontáneas individuales. Era una sociedad donde la falta de órganos de control externos y la escasez de redes de interdependencia hacían innecesaria la previsión a largo plazo, pero con el progresivo sometimiento a normas y leyes exactas, así como la cada vez mayor dependencia entre los individuos debido al aumento de la división de funciones, se hace necesario reflexionar sobre las consecuencias de las acciones propias y ajenas. Esta transformación se observa ya claramente en la sociedad cortesana-absolutista donde la lucha por mantener el prestigio, la diferenciación social y conseguir cuotas más altas de poder, tanto con los de su propia clase como con las clases burguesas ascendentes, ya no se realiza a través de las armas sino mediante la intriga, la previsión y el autocontrol.
«Un hombre que conoce la corte es dueño de sus gestos, de sus ojos y de su expresión; es profundo e impenetrable, disimula sus malas intenciones, sonríe a sus enemigos, reprime su estado de ánimo, oculta sus pasiones, desmiente a su corazón y actúa contra sus sentimientos.» (Elias, 1987: 484)
Todavía serán más profundas y generales las transformaciones en la sociedad burguesa cuando las autocoacciones, factor básico para el proceso civilizador, se convierten definitivamente en un aparato de costumbres que funciona de forma automática y contempla todas las manifestaciones de las relaciones humanas.
En definitiva, con su obra, Elias pretende demostrar que la estructura de las funciones psíquicas y la orientación del comportamiento están íntimamente relacionadas con la estructura de las funciones sociales y con los cambios en la relación entre los seres humanos. Es un proceso que, con variantes, se da en todas las sociedades, no sólo en las occidentales, y aunque no está dirigido racionalmente, ni tampoco es rectilíneo, se observa en él una tendencia a la igualación de las formas de vida, conducta y comportamiento, es decir, a la nivelación de los grandes contrastes. A través de un mecanismo complejo de coacciones y de interdependencias y, sobre todo, a lo largo de mucho tiempo, se va produciendo una transformación progresiva del comportamiento hasta alcanzar nuestra pauta actual, nuestra “civilización”.
Juana Sáez Juárez
Bibliografía:
Elias, Norbert (1987): El proceso de la civilización: investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas. Traducción de Ramón García Cotarelo. México: Fondo de Cultura Económica: 581 p.
Morant, Isabel (2002): Discursos de la vida buena: matrimonio, mujer y sexualidad en la literatura humanista. Madrid: Cátedra: 290 pp.
Desde 1954 era catedrático de Sociología en Leicester y ha ejercido la docencia en universidades de varios países. En 1977 Elias recibió el prestigioso Premio Adorno en Frankfurt. Fue un decidido crítico de la sociología tradicional, inclinada a la elaboración de modelos estáticos, como el de Talcott Parsons, y tendencias de grupo. En 1939 publicó en Alemania El proceso de civilización sin que llegara ciertamente a la atención del público, en parte por su condición de judío y en parte por su renuncia a formar parte de grupos doctrinarios. En 1970 surge del anonimato con un monumental trabajo y con una reconocida voz que debía ser escuchada por las Ciencias Sociales, especialmente por la Historia, hasta ser considerado uno de los sociólogos más importantes del siglo XX, teniendo tiempo de ver reconocida su obra antes de su muerte acaecida en 1990 a los 93 años de edad.
Fue sobresaliente su excepcional interés en comprender por qué los humanos se comportan como lo hacen, lo cual se hace evidente en el conjunto de su obra con títulos como: La sociedad cortesana, La sociedad de los individuos o La soledad de los moribundos; de la cual es pieza maestra El proceso de civilización, en la que realiza un elaborado análisis del “desarrollo histórico a largo plazo” que da lugar a una teoría de la civilización o del desarrollo social.
En El proceso de civilización Elias parte de un problema presente, la orgullosa autoconciencia que tienen los occidentales de ser “civilizados”, para demostrar que las formas de comportamiento consideradas típicas del hombre “civilizado” occidental no han sido siempre igual, sino que son fruto de un complejo proceso histórico en el que interactúan factores de diversa índole que dan lugar a transformaciones en las estructuras sociales y políticas y también en la estructura psíquica y del comportamiento de los individuos, es decir, que a lo largo de muchos siglos se va produciendo una transformación paulatina hasta alcanzar la pauta de nuestro comportamiento actual, lo cual no quiere decir que el proceso civilizador haya culminado, para Elias no tiene un principio específico y continua en marcha, ni siquiera lo identifica con la idea de progreso señalando que no hay nada intrínsecamente bueno o malo en la civilización. Por otro lado tampoco lo considera como un proceso rectilíneo sino que más bien implica flujos y reflujos, movimientos hacia atrás y hacia delante, incluso desplazamientos laterales. El proceso de civilización supone una transformación del comportamiento y de la sensibilidad humanos en una dirección determinada, pero no de una forma consciente o racional, no es el resultado de una planificación que prevea el largo plazo ya que estas capacidades presuponen un largo proceso que se tratará de explicar más adelante.
Para acotar un tiempo de investigación el autor se remonta a la Edad Media en diferentes unidades políticas europeas: Alemania, Inglaterra y Francia principalmente, extendiéndose hasta los comienzos de la Edad Contemporánea. El concepto de civilización deriva de la noción de civilité que como los de cultivé o politissé trataban de caracterizar la especificidad del comportamiento cortesano del siglo XVI y lo elevado de sus costumbres sociales frente a la conducta de personas más primitivas y sencillas.
El proceso de constitución del concepto de civilización así como su función y significado son diferentes para Inglaterra, Francia y Alemania, así para las dos primeras civilización designó en términos genéricos una mejora en el trato y las costumbres; en cambio, en Alemania, por oposición, se concibió como “cultura”, en alusión al hombre cultivado.
Norbert Elias realiza su análisis de los cambios graduales que se dan en la conducta, las costumbres y el carácter psicológico de las personas a través de la literatura, los libros de consejos y los manuales de courtoise, donde se manifiesta la diversidad de códigos y reglas para la configuración de las “buenas costumbres”, es decir, el proceso de modelación de los comportamientos hacia costumbres menos rudas en situaciones como la compostura en la mesa, la realización de las necesidades fisiológicas, el modo de sonarse o de escupir, el comportamiento en el dormitorio, las relaciones sociales y en el manejo y represión de la agresividad.
De este modo demuestra que el comportamiento de los hombres medievales podría calificarse de infantil (desde un punto de vista actual) con escasa represión de los instintos y de las necesidades fisiológicas tan naturales para ellos que no veían la necesidad de reprimirlas o hacerlas en soledad. Era una sociedad en la que los sentimientos actuaban de una forma más libre o espontánea e intensa, con oscilaciones muy extremas.
En el siglo XVI la clase nobiliaria caballeresca-feudal está en decadencia mientras se está gestando una nueva clase cortesana-absolutista abriéndose las posibilidades de ascenso social, de modo que los manuales de conducta del momento respondían a las necesidades de una sociedad en transición y en ellos se recogían las formas de comportamiento que la sociedad esperaba de sus miembros anunciando una nueva relación entre los seres humanos que se observan y configuran a sí mismos con una conciencia más clara que en la Edad Media. Según Elias esta situación da lugar a que avance el umbral de la vergüenza y de los escrúpulos, de modo que aumenta la presión externa que unas personas ejercen sobre otras a la vez que crece la presión interna para conseguir el autocontrol o la autocoacción que opera incluso cuando el individuo está en soledad y en consecuencia comienzan las transformaciones en las pautas de comportamiento.
A partir de las fuentes mencionadas Elias nos muestra la manera como una costumbre, aceptada en un tiempo, posteriormente deja de serlo debido a su hipótesis de que los “umbrales de la vergüenza” avanzan gradualmente como parte del proceso civilizador. Puede observarse que muchas conductas eran frecuentes y no causaban vergüenza porque no se consideraban descorteses o simplemente porque no se estaba informado de su nuevo significado reprobatorio: tomar la comida con las manos, limpiarse los dientes con el cuchillo, chuparse los dedos, eructar, desnudarse delante de otros… Es el desplazamiento de los umbrales de vergüenza y de sensibilidad hacia los otros lo que dispara el afán de los reformadores en “prohibirlas”, señalándolas como inapropiadas o inaceptables, es decir, como “incivilizadas”.
Cuando las nuevas formas de comportamiento son imitadas por las clases medias se pierde el carácter de diferenciación con lo cual se impulsa en las clases altas una nueva fase de refinamiento y elaboración de comportamientos para mantener su prestigio diferenciador. Elias lo ejemplifica en el cambio de la nobleza caballeresca (s. XI-XVI) hacia la aristocracia cortesana-absolutista (s. XVII-XVIII) y de ésta al ascenso de la burguesía tras la Revolución Francesa. Son fases del proceso civilizador general en las que estos grupos lideran las transformaciones de las costumbres, destacando el importante papel de la corte, sobre todo la francesa, para la domesticación y pacificación de las costumbres nobiliarias, irradiando su influencia al resto de cortes europeas.
«En principio son las personas situadas más alto en la jerarquía social, las que de una u otra forma, exigen una regulación más exacta de los impulsos, así como la represión de éstos y la continencia en los afectos. Se lo exigen a sus inferiores y, desde luego, a sus iguales sociales. Sólo bastante más tarde, cuando las clases burguesas […] se convirtieron en clase alta, en clase dominante, pasó la familia a ser el centro único o, mejor dicho, el centro primario y dominante de la represión de los impulsos. Únicamente a partir de este momento la dependencia social del niño con respecto a los padres, pasó a convertirse en una fuerza especialmente importante e intensiva de la regulación y la modelación emotivas socialmente necesarias.»
(Elias, 1987: 179)
De este modo, según Elias, cada niño recibe de forma intensa el proceso de civilización. La represión de los instintos se la inculcan como una auto-coacción que termina por actuar de forma automática. En consecuencia las “prohibiciones sociales” se convierten cada vez más claramente en parte de uno mismo, en un “súper-yo” o inconsciente estrictamente regulado, produciéndose por tanto la transformación de la condición psíquica del ser humano, aunque no sin conflictos puesto que en el propio individuo se entabla una lucha entre las manifestaciones instintivas (más agradables) y las limitaciones, prohibiciones y sentimientos de vergüenza.
A medida que avanza el proceso civilizador se va diferenciando una esfera íntima o secreta y otra pública, un comportamiento en la intimidad y otro distinto público. Esta división acaba por convertirse en un hábito hasta tal punto dominante que ni siquiera se es consciente de ella.
«… la tensión que supone ese comportamiento “correcto” en el interior de cada cual alcanza tal intensidad que, junto a los autocontroles conscientes que se consolidan en el individuo, aparece también un aparato de autocontrol automático y ciego que, por medio de una barrera de miedos trata de evitar las infracciones del comportamiento socialmente aceptado pero que, precisamente por funcionar de este modo mecánico y ciego, suele provocar infracciones contra la realidad social de modo indirecto. Pero ya sea consciente o inconscientemente, la orientación de esta transformación del comportamiento en el sentido de una regulación cada vez más diferencial del conjunto del aparato psíquico, está determinada por la orientación de la diferenciación social, por la progresiva división de funciones y la ampliación de las cadenas de interdependencia en la que esté imbricado directa o indirectamente todo movimiento, y por tanto toda manifestación del hombre aislado.»
(Elias, 1987: 452)
Cadenas de interdependencia * es un concepto clave en la obra de Elias. Supone la dependencia de los individuos entre sí a medida que avanzan una serie de interrelaciones a las que contribuyen entre otras causas el aumento demográfico, el desarrollo urbano, la especialización o división de funciones, el cambio de una economía natural a la monetaria o la centralización de los poderes públicos. Las cadenas de interdependencia se interrelacionan de tal forma que afectan a todos los ámbitos de las manifestaciones humanas, determinando la marcha del proceso histórico, y son el fundamento del proceso civilizador en una dirección determinada.
Elias acude a la Historia para demostrar que también son motores de este proceso los cambios políticos que se producen entre el final de la Edad Media y el principio de la Contemporánea. Las unidades feudales sufrieron un férreo proceso de luchas de competencia y exclusión que culminó con la absorción de éstas por una sola casa dinástica que se adjudicó la titularidad de un amplio territorio sobre el que ejercía su autoridad (monarquías autoritarias) eliminado la competencia de los nobles atrayéndolos a la corte, convirtiéndose ésta en lugar de control y domesticación de la nobleza lo cual fue un factor decisivo en el proceso de civilización. La nobleza pierde su función guerrera para convertirse en servidora del rey a lo que contribuye la progresiva centralización de los poderes político, militar y fiscal. Esto es lo que Elias llama “mecanismos de monopolio”, aparatos especializados de dominación que caracterizan al Estado Moderno, el autor relaciona por tanto la evolución de estos mecanismos de monopolio, que tienen su máxima manifestación en las monarquías absolutistas, con la génesis del Estado Moderno. La implantación “del monopolio de la violencia” fue decisiva, según Elias, para la consolidación de las transformaciones del comportamiento; las coacciones externas que imponían los entes estatales sobre los individuos estimularon la formación de autocoacciones y controles autónomos interiores que garantizaron la estabilidad del sistema social y político.
«La estabilidad peculiar del aparato de autocoacción psíquica, que aparece como un rasgo decisivo en el hábito de todo individuo “civilizado”, se encuentra en íntima relación con la constitución de institutos de monopolio de la violencia física y con la estabilidad creciente de los órganos sociales centrales. Solamente con la constitución de tales institutos monopólicos estables se crea ese aparato formativo que sirve para inculcar al individuo, desde pequeño, la costumbre permanente de dominarse; sólo gracias a dicho instituto se constituye en el individuo un aparato de autocontrol más estable que, en gran medida, funciona de modo automático»
(Elias, 1987: 453-454)
De igual modo la progresiva monopolización de la violencia física y la intensificación de las cadenas de interdependencia impulsan transformaciones de las funciones psíquicas del individuo, esto es, la previsión a largo plazo; la racionalización y psicologización del comportamiento.
La transformación de la nobleza caballeresca en cortesana supuso el control de las emociones y de las pasiones espontáneas individuales. Era una sociedad donde la falta de órganos de control externos y la escasez de redes de interdependencia hacían innecesaria la previsión a largo plazo, pero con el progresivo sometimiento a normas y leyes exactas, así como la cada vez mayor dependencia entre los individuos debido al aumento de la división de funciones, se hace necesario reflexionar sobre las consecuencias de las acciones propias y ajenas. Esta transformación se observa ya claramente en la sociedad cortesana-absolutista donde la lucha por mantener el prestigio, la diferenciación social y conseguir cuotas más altas de poder, tanto con los de su propia clase como con las clases burguesas ascendentes, ya no se realiza a través de las armas sino mediante la intriga, la previsión y el autocontrol.
«Un hombre que conoce la corte es dueño de sus gestos, de sus ojos y de su expresión; es profundo e impenetrable, disimula sus malas intenciones, sonríe a sus enemigos, reprime su estado de ánimo, oculta sus pasiones, desmiente a su corazón y actúa contra sus sentimientos.» (Elias, 1987: 484)
Todavía serán más profundas y generales las transformaciones en la sociedad burguesa cuando las autocoacciones, factor básico para el proceso civilizador, se convierten definitivamente en un aparato de costumbres que funciona de forma automática y contempla todas las manifestaciones de las relaciones humanas.
En definitiva, con su obra, Elias pretende demostrar que la estructura de las funciones psíquicas y la orientación del comportamiento están íntimamente relacionadas con la estructura de las funciones sociales y con los cambios en la relación entre los seres humanos. Es un proceso que, con variantes, se da en todas las sociedades, no sólo en las occidentales, y aunque no está dirigido racionalmente, ni tampoco es rectilíneo, se observa en él una tendencia a la igualación de las formas de vida, conducta y comportamiento, es decir, a la nivelación de los grandes contrastes. A través de un mecanismo complejo de coacciones y de interdependencias y, sobre todo, a lo largo de mucho tiempo, se va produciendo una transformación progresiva del comportamiento hasta alcanzar nuestra pauta actual, nuestra “civilización”.
Juana Sáez Juárez
Bibliografía:
Elias, Norbert (1987): El proceso de la civilización: investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas. Traducción de Ramón García Cotarelo. México: Fondo de Cultura Económica: 581 p.
Morant, Isabel (2002): Discursos de la vida buena: matrimonio, mujer y sexualidad en la literatura humanista. Madrid: Cátedra: 290 pp.
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