Rorty propone minimizar la importancia de la tradición
filosófica, sobre todo desde Descartes a Nietzsche. A esta tradición habría que
contraponer un nuevo canon no metafísico ni dialéctico; una pragmática social de
tipo deweyano, que se preocupe por las cosas concretas de los problemas
cotidianos.
Crítica del “giro lingüístico” de la filosofía anglosajona
El giro lógico-lingüístico de la filosofía alentó la esperanza
y la ambición de superar, por fin, los desacuerdos que siempre dividieron a la
filosofía tradicional. Se trataba de adoptar un punto de vista, un método y un
lenguaje comunes y efectivamente universales para abordar las cuestiones
filosóficas tradicionales y, al resolverlas, poner a todos los filósofos de
acuerdo.
Se tomaron dos caminos principales: el primero consistía en
regular los problemas reformulándolos con ayuda de un lenguaje lógico ideal,
libre de todas las imperfecciones del lenguaje ordinario, supuesta fuente de
problemas filosóficos; el segundo camino consistía en reducir el uso metafísico
de las palabras a su uso ordinario no problemático, pero mal observado por los
filósofos. En ambos casos se redujeron los problemas filosóficos a problemas de
lenguaje, pero mientras que en el primero la causa se hallaba en el lenguaje
ordinario, en el segundo residía en el uso filosófico de ese lenguaje.
En su crítica, Rorty llama la atención sobre el hecho de que no
sólo hay oposición entre los partidarios de un lenguaje ideal y quienes se
mantienen fieles al lenguaje ordinario, sino que, además, el desacuerdo domina
en el seno mismo de cada campo. Por tanto, en la pluralidad irreductible de las
filosofías del lenguaje ha resurgido la polémica e insuperable diversidad de las
metafísicas. Rorty concluye que es menester abandonar el sueño clásico, y sobre
todo moderno, de una solución filosófica universal, inspirada en el mito
de la razón (lógos) y el sueño de una teoría definitiva.
Crítica de los privilegios del saber
En La filosofía y el espejo de la naturaleza, Rorty
ataca una constelación decreencias fundamentales estrechamente asociadas a la
filosofía occidental. Los componentes principales de esta constelación son:
-
la primacía del saber –de la ciencia– identificado con un proyecto de representación adecuado (verdadero, objetivo, universal) de la realidad;
-
la determinación de la filosofía como Ciencia de la ciencia o Teoría del conocimiento, que define las normas y los criterios de la cientificidad y la verdad;
-
el privilegio acordado a la facultad humana de conocer (espíritu, razón, entendimiento), idealmente descritos como una suerte de espejo y perteneciente a un orden de realidad superior al de la realidad material y cambiante;
-
la definición del hombre como el ser esencialmente destinado al conocimiento (ideal de la vida teórica).
Esta mitología
domina la filosofía desde su institución, pero ha encontrado renovado aliento en
la época moderna por impulso de Descartes y de Locke, lo que ha llevado al
desarrollo de la “filosofía de la mente”. Ésta describe la filosofía como la
Superciencia, pues está constituida por la reflexión introspectiva de las
experiencias conscientes a propósito de las cuales el sujeto reflexivo no puede
engañarse y a las que tiene acceso inmediato; y a la vez, por otra parte, como
la Teoría del conocimiento, que determina, siempre con ayuda de la reflexión
a priori, los marcos, procesos, criterios y reglas inmutables de todo
conocimiento, es decir, de todas las otras ciencias.
Para Rorty,
ninguna práctica humana puede ser fundamentalmente privilegiada con respecto a
todas las otras sobre la base de propiedades extraordinarias que la pusieran en
relación con una realidad trascendente. La ciencia debe considerarse como una
práctica cultural o social, un juego de lenguaje entre los otros. En
consecuencia, las discusiones científicas se zanjan como las otras, no se las
puede zanjar mediante la referencia a un ser radicalmente extralingüístico, ni
por la gracia de un método o el ejercicio de una facultad (intuición, reflexión)
cuyos resultados estuvieran fuera de debate. La verdad científica no debe
imponerse porque se la suponga científica, y por tanto neutra. La verdad
científica es materia de consenso, de argumentación, de justificación, de
discusión, de solidaridad, de la misma manera que las otras actividades humanas.
El conocimiento no es más importante que la conversación, y jamás es
legítimo poner fin a una discusión con una referencia a una entidad fuera de
debate, ya se trate de la autoridad de un hecho, al que se llama
“objetivo”, ya de una revelación, a la que se llama “trascendente”. Sólo
es legítimo cerrar una discusión cuando los interlocutores están de acuerdo
sobre las razones (que también son enunciados) para cerrarla, aunque sea
provisionalmente.
El pensamiento
de Rorty afirma la primacía de la voluntad y de la libertad sobre la razón. No
hay una “esencia” humana ni una “diferencia antropológica” determinada por un
orden natural o trascendente inmutable. La manera en que los seres humanos se
describen y se identifican como humanos y señalan su diferencia en el
seno de los seres vivos y del cosmos sólo depende de sí mismos (no de una
esencia determinada de una vez para siempre por el orden divino o el orden de la
naturaleza). Esta autodescripción es más o menos amplia y abierta.
La actividad de
redescripción que subraya Rorty tiene una finalidad ética. Es la actividad
“humana” por excelencia, el ejercicio de la única libertad real del hombre, la
de poder siempre volver a describir, volver a contar de otra manera el mundo, la
historia, la sociedad y el propio hombre. Esta actividad es fundamentalmente
simbólica: como artista o como poeta es como el hombre debe vivir la condición
humana.
La actividad
filosófica debe entender como una especie de descripción y de narración entre
las otras, más o menos diferente de las otras, pero en absoluto superior.
El deseo de salir del lenguaje y de la
condición humana
Rorty critica
la tentación “heterológica”, el deseo de salir del lenguaje: poner fin a la
discusión entre los seres humanos con la referencia a un “fuera de debate”. Esta
tentación se expresa casi siempre mediante la afirmación de enunciados
indiscutibles, a los que se declara verdaderos con independencia
del acuerdo o el desacuerdo de los demás. Es fundamentalmente dogmática,
totalitaria y represiva. Afecta al nivel “meta” (metafísica, metalenguaje...)
que pretende propulsar por encima de las contingencias materiales, culturales,
históricas, por encima de las doxai (opiniones). Según Rorty, esta
tentación se ha expresado con abundancia en la filosofía.
Rorty califica
de “ilusoria, peligrosa e inútil” la pulsión de trascendencia. El enfoque
adecuado es el terapéutico.
Para Rorty, la
capacidad creadora y recreadora del hombre debe seguir siendo esencialmente
simbólica. Rorty se esfuerza por salvar a toda costa la antigua definición
filosófica del hombre como “el ser vivo hablante” o “el animal simbólico”. La
relación esencial del hombre con su condición es verbal y de descripción; no es
técnica ni de transformación física. El hombre es y debe seguir siendo un ser de
conversación y debe cuidar su condición y fomentarla.
Ironía y solidaridad
Por
ironíaentiende Rorty la capacidad individual de redescripción (de la
situación, de la historia de un individuo). Desde este punto de vista, cada
individuo puede renacer por sí mismo, ser simbólicamente causa sui. Si
bien todos los individuos son potencial e inconscientemente poetas, no todos
expresan esta capacidad con igual fuerza y originalidad. Cuando la capacidad
redescriptiva se aplica a otro y llega a redefinir su identidad y a invertir su
jerarquía de valores, puede volverse cruel y producir sufrimiento.
Mientras que la
ironía es un ejercicio fundamentalmente individual que puede llegar a ser cruel
cuando se aplica a otro, la solidaridad concierne a la esencia de la
cultura y de lo social. Rorty quiere reducir la pretensión científica de
objetividad a una forma de solidaridad. La objetividad no es la expresión de una
relación entre un enunciado y una realidad extralingüística que cada individuo,
aisladamente, se limitaría a comprobar. Es la expresión de un acuerdo
intersubjetivo, de un consenso. Los logros de la ciencia no son consecuencia de
la adecuación de las teorías científicas a lo real, sino productos de las
virtudes de cooperación activa de los científicos entre ellos, de su modus
vivendi.
Rorty valoriza
la solidaridad por sí misma, pero a condición de que sea múltiple, flexible,
abierta. La extensión de la solidaridad a grupos de hombres cada vez más
numerosos y diversos, sin exclusiones, es la línea moral, social y política que
se debe estimular. Es cuestión de educación y de evolución de la sensibilidad y
del sentimiento antes que de razonamiento y de teoría. Para mejorar el respeto
universal de los derechos del hombre, Rorty confía más en la literatura que en
la filosofía. Los derechos del hombre no necesitan fundamento, sino propagación.
La igualdad, la dignidad y la fraternidad no arraigan en una “esencia humana
universal” (lo que se refiere a la Razón o a la Naturaleza). Estos valores
dependen únicamente de la (buena) voluntad de los hombres, de la capacidad de
apertura y de integración de ciertas sociedades o comunidades en el sentido de
la acogida de una diversidad humana más o menos vasta.
Pese a ser
individual, la ironía no queda confinada a la esfera privada, puesto que se
expresa notablemente mediante la escritura, en las publicaciones. Es creación
libre que no se preocupa por la solidaridad; sería incluso, y de buen grado,
destructiva de toda solidaridad que se sintiera compulsiva. Pero la solidaridad
que se excediera en su intento de protegerse de la ironía crítica y creadora,
muy pronto se volvería sofocante, totalitaria y unidimensional.
La primacía de la democracia sobre la
filosofía y la cultura posfilosófica
La filosofía
debería mantenerse tan aislada de la política como la religión [...] el intento
de fundar la teoría política sobre teorías totalizantes de la naturaleza del
hombre o del fin de la historia ha sido más perjudicial que beneficioso (Rorty
en Guadalajara, 1985)
Rorty afirma la
prioridad de la democracia sobre la filosofía, lo que quiere decir que:
-
el pensamiento filosófico y la actividad política no están sistemáticamente unidos, en el sentido en que tal o cual orientación filosófica implique necesariamente tal o cual actitud política;
-
la filosofía no es la fuente de la legitimidad democrática; no funda la democracia ni tiene por qué fundarla; más bien sería la democracia una condición de posibilidad de la filosofía, pues el ejercicio del pensamiento requiere libertad;
-
la superioridad (el carácter preferible) de la sociedad y de la política democráticas liberales es una cuestión empírica y no deriva de ninguna Verdad, Razón o Necesidad, que la filosofía se encargaría de descubrir y de formular;
-
la filosofía debe considerarse una actividad privada, de la misma manera que la pintura o la poesía; el filósofo no está investido de ninguna función ni vocación pública particular. No es el que dice la Ley o el Valor, ni tampoco la Verdad. Sostener lo contrario puede llevar a regímenes totalitarios (el comunismo marxista) o fascistas. No cabe, pues, que se evalúe y utilice la filosofía de Nietzsche o Heidegger en función de criterios públicos o políticos, sino que han de acogerse como creaciones pertenecientes a la esfera privada.
En una cultura
posfilosófica, la pulsión metafísico-religiosa de negación de la condición
humana y de sus solidaridades quedaría ampliamente disuelta –con ayuda del
terapeuta– y administrada de tal manera que ya no constituya un peligro para la
sociedad. Una sociedad posfilosófica no experimentaría ya la necesidad de
sustituto filosófico o científico alguno de dios. Sería no esencialista, no
fundamentalista y concedería el mismo crédito a todas las voces que alimentaran
la conversación.
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