El desarrollo de la teoría antropológica COmenzó en aquella época venerable
de la cultura occidental que se llama la Ilustración, un periodo que coin-
cide aproximadamente con los cien años que van desde la publicación de
An essay concerning human understanding, de John Locke (1690), hasta
el estallido de la Revolución francesa. La importancia de esta época en la
formación de la ciencia de la cultura ha pasado desapercibida, principal-
mente por causa de la prolongada influencia de aquellos antropólogos que
o no estaban interesados en una ciencia así o negaban que fuera posible.
Porque ha habido muchos antropólogos que han pensado que la libre vo-
luntad de los actores humanos, la inestabilidad del carácter nacional y la
confusión de los azares y las circunstancias en la historia desbaratan todos
los esfuerzos científicos en ese campo. Aquellos que creen que el destino
único del hombre es vivir fuera del orden determinado de la naturaleza no
pueden reconocer la importancia del siglo XVIII. Muchos antropólogos con-
temporáneos consideran las aspiraciones científicas de la Ilustración como
la quintaesencia misma de aquella vanidad que el profeta del Eclesiastés
atribuía a todas las ideas nuevas. Para todos los antropólogos en quienes se apoya su incomprensión de las teorías contem-
poráneas de la cultura, todo cientifismo en materia sociocultural es ilusorio.
Los filósofos sociales del siglo XVIII fue-
ron los primeros en sacar a la luz las cuestiones centrales de la antropolo-
gía contemporánea y se esforzaron resueltamente, pero sin éxito, por formu-
lar las leyes que gobiernan el curso de la historia humana y la evolución
de las diferencias y de las semejanzas socioculturales.
Los temas del estudio sociocultural abordados durante la Ilustración
abarcan la mayor parte de aquellos que sirven de fundamento a la teoría
contemporánea o de los que constituyen el esquema básico de referencias
en cuyos términos se está desarrollando todavía la moderna investigación
sociocultural. Hasta cierto punto los filósofos
de la Ilustración fueron capaces de identificar el dominio sociocultural como
un campo específico de estudio caracterizado por una elaboración distinti·
vamente humana de conducta culturalmente determinada, en qué medida y
por qué razones filosóficas y epistemológicas los protoantropólogos de la
Ilustración pensaron que los fenómenos socioculturales constituían un do-
minio legítimo del estudio científico, y también la Ilustración, cien
años antes de Darwin, adelantó ya ideas relativas a la naturaleza y a la di-
rección de la evolución sociocultural.
de la cultura occidental que se llama la Ilustración, un periodo que coin-
cide aproximadamente con los cien años que van desde la publicación de
An essay concerning human understanding, de John Locke (1690), hasta
el estallido de la Revolución francesa. La importancia de esta época en la
formación de la ciencia de la cultura ha pasado desapercibida, principal-
mente por causa de la prolongada influencia de aquellos antropólogos que
o no estaban interesados en una ciencia así o negaban que fuera posible.
Porque ha habido muchos antropólogos que han pensado que la libre vo-
luntad de los actores humanos, la inestabilidad del carácter nacional y la
confusión de los azares y las circunstancias en la historia desbaratan todos
los esfuerzos científicos en ese campo. Aquellos que creen que el destino
único del hombre es vivir fuera del orden determinado de la naturaleza no
pueden reconocer la importancia del siglo XVIII. Muchos antropólogos con-
temporáneos consideran las aspiraciones científicas de la Ilustración como
la quintaesencia misma de aquella vanidad que el profeta del Eclesiastés
atribuía a todas las ideas nuevas. Para todos los antropólogos en quienes se apoya su incomprensión de las teorías contem-
poráneas de la cultura, todo cientifismo en materia sociocultural es ilusorio.
Los filósofos sociales del siglo XVIII fue-
ron los primeros en sacar a la luz las cuestiones centrales de la antropolo-
gía contemporánea y se esforzaron resueltamente, pero sin éxito, por formu-
lar las leyes que gobiernan el curso de la historia humana y la evolución
de las diferencias y de las semejanzas socioculturales.
Los temas del estudio sociocultural abordados durante la Ilustración
abarcan la mayor parte de aquellos que sirven de fundamento a la teoría
contemporánea o de los que constituyen el esquema básico de referencias
en cuyos términos se está desarrollando todavía la moderna investigación
sociocultural. Hasta cierto punto los filósofos
de la Ilustración fueron capaces de identificar el dominio sociocultural como
un campo específico de estudio caracterizado por una elaboración distinti·
vamente humana de conducta culturalmente determinada, en qué medida y
por qué razones filosóficas y epistemológicas los protoantropólogos de la
Ilustración pensaron que los fenómenos socioculturales constituían un do-
minio legítimo del estudio científico, y también la Ilustración, cien
años antes de Darwin, adelantó ya ideas relativas a la naturaleza y a la di-
rección de la evolución sociocultural.
LA ILUSTRACION y EL CONCEPTO DE CULTURA
Según Alfred Kroeber y Clyde Kluckhohn, el concepto de cultura en el sen-
tido de «un conjunto de atributos y productos de las sociedades humanas
y, en consecuencia, de la humanidad, que son extrasomáticos y transmisibles
por mecanismos distintos de la herencia biológica [ ... ] no existía en ningún
lugar en 1750» (1952, p. 145). Aunque esos autores reconocen y citan el uso
de los términos «cultura» (sólo en alemán, Ku.ltu.r) y «civilización» (en fran-
cés y en inglés) durante el siglo XVIII, la aparición del concepto moderno
la sitúan mucho después, avanzado ya el siglo XIX. Lo único que conceden
es que «hacia 1850 ya estaba siendo usado de hecho en algunos sitios de Ale-
mania [ ... I» (ibidem).
Realmente no hay razón por la que una definición de la cultura tenga
que subrayar los factores extrasomáticos y no hereditarios, aunque la ma-
yoría de los antropólogos del siglo xx los consideren parte esencial del con-
cepto de cultura. Y como todavía está por descubrir la manera de separar
en todo el repertorio de la conducta de una población humana dada (o in-
cluso de una infrahumana) los elementos heredados de los elementos adqui-
ridos, difícilmente se puede esperar delimitar de un modo operacionalmente
válido un campo cultural de estudio utilizando esos términos teóricos. La
definición que proponen Kroeber y Kluckhohn no es un mero concepto de
cultura; va más allá, es más bien una teoría de la cultura, en el sentido
de que es una explicación de cómo llegan a establecerse los rasgos del re-
pertorio de la conducta de una población determinada, por procesos de apren·
dizaje más bien que por procesos genéticos. Mas en este contexto discutir
si la fórmula generalmente aceptada es un concepto o una teoría parcial de
la cultura no tiene una importancia excesiva; más bien nos interesa deter-
minar la medida en que precisamente esas ideas a las que se refieren Krce-
ber y Kluckhohn habían sido anticipadas ya años antes de la Revolución
francesa.
Una atención más despierta para las definiciones de tacto o implícitas,
distintas de las formales o explícitas, justifica el situar el umbral histórico
del concepto de cultura en una fecha muy anterior a la que dan esos dos
autores. El principal defecto de su historia del concepto es que omiten el
colocar su desarrollo dentro de las grandes corrientes del pensamiento cien-
tífico. Se olvidan de señalar que la formulación implícita, de hecho, no era
un mero apéndice de un interés ocasional por instituciones y costumbres,
ni tenía que ser rescatada de oscuros pasajes en las obras completas de
autores olvidados. Antes al contrario, desde nuestra perspectiva privilegia-
da resulta manifiesto que el principal tema de la efervescencia intelectual que
precedió a la Revolución francesa fue precisamente una versión incipiente
del concepto y de la teoría de la cultura. A decir verdad, esas ideas han
tenido siempre auspicios y consecuencias revolucionarias, tanto políticas
como intelectuales. Así, el concepto moderno de cultura no sólo está Im-
plícito en los antecedentes ideológicos de la Revolución francesa (e Igual-
mente de la Revolución americana), sino que puede decirse que la sustancia
misma del progreso revolucionario proclamaba la validez del concepto y
daba testimonio de su importancia.
del concepto de cultura en una fecha muy anterior a la que dan esos dos
autores. El principal defecto de su historia del concepto es que omiten el
colocar su desarrollo dentro de las grandes corrientes del pensamiento cien-
tífico. Se olvidan de señalar que la formulación implícita, de hecho, no era
un mero apéndice de un interés ocasional por instituciones y costumbres,
ni tenía que ser rescatada de oscuros pasajes en las obras completas de
autores olvidados. Antes al contrario, desde nuestra perspectiva privilegia-
da resulta manifiesto que el principal tema de la efervescencia intelectual que
precedió a la Revolución francesa fue precisamente una versión incipiente
del concepto y de la teoría de la cultura. A decir verdad, esas ideas han
tenido siempre auspicios y consecuencias revolucionarias, tanto políticas
como intelectuales. Así, el concepto moderno de cultura no sólo está Im-
plícito en los antecedentes ideológicos de la Revolución francesa (e Igual-
mente de la Revolución americana), sino que puede decirse que la sustancia
misma del progreso revolucionario proclamaba la validez del concepto y
daba testimonio de su importancia.
Según Alfred Kroeber y Clyde Kluckhohn, el concepto de cultura en el sen-
tido de «un conjunto de atributos y productos de las sociedades humanas
y, en consecuencia, de la humanidad, que son extrasomáticos y transmisibles
por mecanismos distintos de la herencia biológica [ ... ] no existía en ningún
lugar en 1750» (1952, p. 145). Aunque esos autores reconocen y citan el uso
de los términos «cultura» (sólo en alemán, Ku.ltu.r) y «civilización» (en fran-
cés y en inglés) durante el siglo XVIII, la aparición del concepto moderno
la sitúan mucho después, avanzado ya el siglo XIX. Lo único que conceden
es que «hacia 1850 ya estaba siendo usado de hecho en algunos sitios de Ale-
mania [ ... I» (ibidem).
Realmente no hay razón por la que una definición de la cultura tenga
que subrayar los factores extrasomáticos y no hereditarios, aunque la ma-
yoría de los antropólogos del siglo xx los consideren parte esencial del con-
cepto de cultura. Y como todavía está por descubrir la manera de separar
en todo el repertorio de la conducta de una población humana dada (o in-
cluso de una infrahumana) los elementos heredados de los elementos adqui-
ridos, difícilmente se puede esperar delimitar de un modo operacionalmente
válido un campo cultural de estudio utilizando esos términos teóricos. La
definición que proponen Kroeber y Kluckhohn no es un mero concepto de
cultura; va más allá, es más bien una teoría de la cultura, en el sentido
de que es una explicación de cómo llegan a establecerse los rasgos del re-
pertorio de la conducta de una población determinada, por procesos de apren·
dizaje más bien que por procesos genéticos. Mas en este contexto discutir
si la fórmula generalmente aceptada es un concepto o una teoría parcial de
la cultura no tiene una importancia excesiva; más bien nos interesa deter-
minar la medida en que precisamente esas ideas a las que se refieren Krce-
ber y Kluckhohn habían sido anticipadas ya años antes de la Revolución
francesa.
Una atención más despierta para las definiciones de tacto o implícitas,
distintas de las formales o explícitas, justifica el situar el umbral histórico
del concepto de cultura en una fecha muy anterior a la que dan esos dos
autores. El principal defecto de su historia del concepto es que omiten el
colocar su desarrollo dentro de las grandes corrientes del pensamiento cien-
tífico. Se olvidan de señalar que la formulación implícita, de hecho, no era
un mero apéndice de un interés ocasional por instituciones y costumbres,
ni tenía que ser rescatada de oscuros pasajes en las obras completas de
autores olvidados. Antes al contrario, desde nuestra perspectiva privilegia-
da resulta manifiesto que el principal tema de la efervescencia intelectual que
precedió a la Revolución francesa fue precisamente una versión incipiente
del concepto y de la teoría de la cultura. A decir verdad, esas ideas han
tenido siempre auspicios y consecuencias revolucionarias, tanto políticas
como intelectuales. Así, el concepto moderno de cultura no sólo está Im-
plícito en los antecedentes ideológicos de la Revolución francesa (e Igual-
mente de la Revolución americana), sino que puede decirse que la sustancia
misma del progreso revolucionario proclamaba la validez del concepto y
daba testimonio de su importancia.
del concepto de cultura en una fecha muy anterior a la que dan esos dos
autores. El principal defecto de su historia del concepto es que omiten el
colocar su desarrollo dentro de las grandes corrientes del pensamiento cien-
tífico. Se olvidan de señalar que la formulación implícita, de hecho, no era
un mero apéndice de un interés ocasional por instituciones y costumbres,
ni tenía que ser rescatada de oscuros pasajes en las obras completas de
autores olvidados. Antes al contrario, desde nuestra perspectiva privilegia-
da resulta manifiesto que el principal tema de la efervescencia intelectual que
precedió a la Revolución francesa fue precisamente una versión incipiente
del concepto y de la teoría de la cultura. A decir verdad, esas ideas han
tenido siempre auspicios y consecuencias revolucionarias, tanto políticas
como intelectuales. Así, el concepto moderno de cultura no sólo está Im-
plícito en los antecedentes ideológicos de la Revolución francesa (e Igual-
mente de la Revolución americana), sino que puede decirse que la sustancia
misma del progreso revolucionario proclamaba la validez del concepto y
daba testimonio de su importancia.
De "El desarrollo de la teoría antropológica" de Marvin Harris
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