dimarts, 30 de juny del 2009

London 2009

Aquest mes de juny alumnes i professors i professores del Pere d'Esplugues hem fet la maleta i s'en hem anat a una metròpoli mundial com és Londres. El viatge ha estat veritablement interesant i colpidor (sobre tot per a mi que encara no havia eixt del Estat Espanyol). Hem rodat molt; hem vist museus impresionants i grans monuments i hem passetjat pels carrers d'una ciutat que encara que britànica està habitada per gents d'arreu el món oferint-nos una bona mostra d'aixó que anomenem multiculturalitat. A més a més hem tingut l'oportunitat de soltar-nos una miqueta en eixa llengua franca que és l'anglés. Impressiona vore indis, xinesos, africans, europeus i evidentment anglesos entenent-se tots plegats sense predre del tot la riquesa cultural que suposa el trobament de persones de quantitat d'etnies i països. En fi tota una experiencia que de segur tornarem a repetir un altre any. Ací us deixe un video (partit en tres) que hem elaborat en el que es resumeix l'expedició.







dilluns, 29 de juny del 2009

Los trabajadores y el conocimiento



Cada dia más se habla y especula sobre como evolucionará la economía y el trabajo en las próximas décadas y aunque se trata de un asunto en el que no existen certezas absolutas, parece que una cosa está clara. Los trabajadores con posibilidades de futuro serán aquellos que sean capaces de incorporar valor añadido a su actividad. Algunos de los que leeis este blog sois estudiantes y sobre todo a vosotros se dirige esta entrada, para que valoreis con perspectiva la importancia de formarse y de estar abierto a aprender como factores esenciales en los nuevos escenarios de la competitividad y la realización en el trabajo. Sobre el nuevo trabajador aportamos los diagnósticos de Peter Drucker.





Peter Drucker y los trabajadores del conocimiento


El siglo XXI demanda nuevos perfiles en los trabajadores y directivos; nuevos perfiles más acordes con el creciente peso del conocimiento y la innovación en la economía.


Debemos al prestigioso experto en gestión empresarial Peter Drucker, fallecido en 2005, un completo dibujo del trabajador del conocimiento de la economía del siglo XXI: un trabajador capaz de aprovechar las herramientas y ventajas de la Sociedad de la Información para el aprendizaje permanente, y para el consiguiente progreso técnico-científico y el bienestar social. Es el trabajador, leal a su profesión, que demanda la emergente economía; una economía en que el saber y el innovar constituyen elementos clave para la prosperidad.

En mayor o menor medida, todos somos trabajadores y trabajadoras del conocimiento, incluso utilizando las manos: dentistas, cirujanos, directivos, ingenieros, investigadores, arquitectos, periodistas, economistas, médicos, psicólogos, tecnólogos, consultores, docentes, abogados, enfermeras, gestores, sociólogos, farmacéuticos, políticos, constructores, mecánicos, cocineros, modistos, enólogos, técnicos de laboratorio, vendedores, decoradores, jardineros, fotógrafos, etc. Ciertamente, aunque haya todavía trabajos muy necesarios que puedan ser desempeñados sin una especialización previa y formal, lo cierto es que se impone la competitiva economía del saber en casi todo el espectro laboral.

Más allá del aprendizaje permanente, para muchos de nosotros las exigencias profesionales llegan a la necesidad de innovar o, por lo menos, de adaptar a cada caso particular las soluciones existentes; el hecho es que aprender continuamente forma parte de nuestro cometido profesional. Quizá podría hablarse no sólo de trabajadores del conocimiento, sino de aprendedores permanentes. Observemos las principales características del perfil de este nuevo trabajador:

 Posee importante formación curricular.
 Maneja con soltura las TIC (tecnologías de la información y comunicación).
 Posee suficientes destrezas en el uso y generación de información.
 Es proactivo en el aprendizaje, y al respecto utiliza los medios a su alcance.
 Presenta cierta autotélica vocación profesional.
 Se considera, más que un empleado, un profesional, y es leal a su profesión.
 Desarrolla perspectiva holística y sistémica de su tarea.
 Goza de visible autonomía en su trabajo.
 Le interesa más la calidad que la cantidad.
 Contribuye a la mejora y la innovación.

Tal vez podría añadirse algún rasgo más del perfil, pero enfoquemos la atención hacia la idea de “conocimiento”. El trabajador del conocimiento posee, en general, una materia prima esencial que es la información, a la que accede frecuentemente a través de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC); este trabajador clave de la nueva economía ha de traducir la información a conocimiento, aplicar el conocimiento en su desempeño cotidiano, y añadir nuevo conocimiento al ya existente, es decir, en mayor o menor grado, innovar. Como síntesis del perfil dibujado para este trabajador, cabría destacar el aprendizaje y desarrollo permanente, la competencia profesional y la innovación.


Un aprendedor permanente

El afán de aprender forma ciertamente parte del perfil descrito y es consecuencia de la vocación profesional, del desempeño autotélico del trabajo y de la necesaria competitividad. Los universitarios llegan ya al mundo laboral sabiendo que han de seguir aprendiendo durante toda su vida, y que también han de contribuir a la generación de nuevos conocimientos, en beneficio de la competitividad y prosperidad de sus organizaciones.

Tratemos de llenar de significado el aprendizaje permanente; no se trata sólo de seguir con frecuencia cursos en aula u on line, o participar en otras acciones formativas orquestadas. Quizá el aprendizaje permanente parta, sobre todo, de una actitud; de una proactiva disposición a aprender diariamente de lo que hacemos y observamos, y a buscar en diferentes fuentes aquellos conocimientos que necesitamos para el corto y largo plazo: de la sed de saber. Si, para hacer carrera, a algunos directivos ambiciosos mueve la sed de poder, a los nuevos trabajadores del conocimiento parece mover, sobre todo, la sed de saber y de aplicar el conocimiento en su desempeño profesional.

Y añadiríamos que la idea de aprendizaje continuo, asociada al trabajador del conocimiento, significa asimismo enseñanza permanente, es decir, el poner siempre a disposición de los demás nuestro saber. Y también que supone desaprender lo que, fruto del avance, ya no vale... Y que esta nueva situación demanda específicas competencias en el perfil del trabajador. Desde luego, hay que ver qué debemos aprender, en qué debemos mejorar, qué nos falta y sobra en nuestro perfil profesional; esto nos lleva a lo que sigue.


Un profesional competente

Hay que recordar que el conocimiento nos capacita para actuar —la ignorancia nos incapacita—, pero convengamos igualmente en que actuar bien, con elevado rendimiento, exige otras competencias del individuo. Ya no sólo las empresas, también las universidades, atienden a los perfiles competenciales de los individuos: conocimientos, destrezas técnicas y operativas, facultades cognitivas, fortalezas personales, habilidades sociales, actitudes, creencias, conductas… El denominado competency movement comenzó en España mediados los años 90 y hoy está presente en empresas y universidades, donde se hace un sólido despliegue de las competencias que más contribuyen al rendimiento profesional. Este despliegue abre, cada día más, espacio para la intuición y la creatividad como recursos especialísimos de nuestra inteligencia.




dilluns, 15 de juny del 2009

Els Nous Barbars (II)


Alessandro Baricco es un autor italiano que ofrece varias pistas e intuiciones sobre el mundo de hoy. El año pasado publicó Los Bárbaros. Ensayo sobre la mutación, (Ediciones Anagrama). En él, aborda el choque de dos mundos antagónicos mediados por Internet. Las viejas generaciones con sus certezas, mitos y rituales; y las nuevas maneras sustentadas por los jóvenes nativos digitales de la cultura de masas que surfean la Red en busca de fragmentos para construir sus propias interpretaciones. A estos últimos los denomina Los Bárbaros.

Son los asaltantes y los asaltados. Los primeros están reconfigurando el mundo, aunque no lo perciban de esta forma. Es el viejo choque generacional, amplificado ahora por la globalización, Internet, la comercialización y el consumo.

“La certeza inmóvil (la del viejo mundo) no es conocimiento, es inútil, la certeza que tiene capacidad de movimiento se ha convertido en la más importante (la del nuevo mundo). La lección del Google es: El sentido está en el movimiento -no en la profundidad; el conocimiento válido es el que tiene más movimiento no el que profundiza en el sentido de las cosas, en la esencia de las mismas.
Google ha fijado una regla: El valor de un segmento del saber no es conocerlo a profundidad, con atención, profundizar en los detalles con calma, sino que el valor está en la capacidad que tiene un conocimiento de ser rápido y estar conectado -como en la red- con otros conocimientos. La conexión establecida mientras más rápida es mejor. El movimiento acelerado y acelerante es lo que hace más válido y certero a un conocimiento.”

El Corriere della Sera publicó una conversación entre Claudio Magris y Alessandro Baricco, a propósito de estos nuevos bárbaros. Hé aquí algunas pistas.

Jóvenes conectados a terminales cibernéticas, libros electrónicos, seres diseñados en laboratorios. Si ese es el futuro, ¿debemos temerle? Claudio Magris y Alessandro Baricco conversan sobre la revolución en marcha que podría significar el fin de los valores clásicos de la cultura occidental.

Durante la campaña electoral de 2001 me di cuenta de que no entendía el mundo. Un manifiesto de Forza Italia mostraba a Berlusconi en mameluco, con la inscripción “Presidente obrero”, una idea que podría habérsenos ocurrido a mí y a mis amigos como una bufonada estudiantil que lo pusiera

en ridículo. Habría sido cómico proclamar a Veltroni o a Prodi “Presidentes obreros”. Pero si algo que para mí era una caricatura satírica funcionaba en cambio como una propaganda eficaz, quería decir que las reglas del juego, los criterios de juicio, los mecanismos de la risa habían cambiado; me encontraba en una mesa de póquer creyendo que el as era la carta más alta y descubría que, al contrario, valía menos que el dos de picas.

Alessandro Baricco se adentra en el paisaje de esta mutación de época con extraordinaria agudeza; con esa profundidad disimulada bajo la ligereza que caracteriza su modo de narrar. Quizá Baricco sea un escritor del siglo XIX más que del XX, a pesar de que Novecento es el título de un célebre libro suyo. Se mueve en el mundo saqueado por los bárbaros, como él los llama, con la agilidad de un antílope en un territorio que no es precisamente el suyo, pero en el cual no se encuentra de ningún modo incómodo. Los bárbaros lo son respecto a aquello que se considera la civilización (es decir, respecto a nosotros, que nos consideramos como tal), una civilización que se siente devastada en sus valores esenciales: la duración, la autenticidad, la profundidad, la continuidad, la búsqueda del sentido de la vida y del arte, la exigencia de absolutos, la verdad, la gran forma épica, la lógica habitual, toda jerarquía de importancia entre los fenómenos.

En lugar de todo esto, triunfan la superficie, lo efímero, el artificio, la espectacularidad, el éxito como única medida del valor, el hombre horizontal que busca la experiencia en una girándula continuamente mutable. Vivir se convierte en un surfing, una navegación veloz que salta de una cosa a otra como de una tecla a otra en internet; la experiencia es una trayectoria de sensaciones en la que la pulp fiction y Disneylandia valen tanto como Moby Dick y no dejan tiempo para leer Moby Dick. Nietzsche ha descrito con genialidad única el advenimiento de este hombre nuevo y de su sociedad nihilista, en la que todo es intercambiable con cualquier otra cosa, como el papel moneda. Todo esto nace ya con el romanticismo, que ha infringido todo canon clásico, más aún, todo canon; como recuerda Baricco, la primera ejecución de la Novena de Beethoven fue despedazada por los críticos musicales más serios con términos análogos a los que hoy se emplean para despedazar, acusándolas de complicidad con los gustos más bajos y vulgares, muchos performances artísticos o pseudoartísticos.

Baricco busca describir –o, en sus novelas, contar– y sobre todo entender el mundo, en vez de quejarse de él, y sostiene justamente, en el bellísimo final de Los bárbaros,* que toda identidad y todo valor se salvan no erigiendo una muralla contra la mutación sino operando en el interior de la mutación que es, de cualquier modo, el precio, a veces pesado, que se paga por un gran progreso, por la posibilidad de acceder a la cultura dada a masas antes inicuamente excluidas y que no pueden haber adquirido todavía un señorío coherente.

Si bien todo puede ser comprendido –le planteo cuando lo encuentro en su, y un poco también mía, Revigliasco– no todo puede ser aceptado...

Claudio Magris: Tú mismo escribes que es preciso saber qué debe salvarse de lo viejo –que por lo tanto no lo es– en esta transformación total. Esto implica un juicio que no identifica por lo tanto, como hoy se pretende, el valor con el éxito. También Il piccolo alpino [novela de Salvator Gotta que se utilizó en la época fascista como lectura de formación para los jóvenes] vendía hace un siglo muchos más ejemplares que las poesías de Saba, pero no por esto quien lo leía entendía mejor la vida. Si los diarios –como dices– no hablan de una tragedia en África hasta que no se convierte en un pretexto para papel ilustración, esta no es una buena razón para no corregir esta información paupérrima más que falsa. Es, por otra parte, lo que hacen muchos blogs, en los que se encuentra a menudo más “verdad” que en los medios tradicionales.

Alessandro Baricco: Cierto, no todo puede ser aceptado, tienes razón. Pero entender la mutación, aceptarla, es el único modo de conservar una posibilidad de juicio, de elección. Si se reconoce a la nueva civilización bárbara un estatuto, precisamente, de civilización, entonces se hace posible discutir sus rasgos más débiles, que son muchos. Por otra parte creo que la misma barbarie tiene cierta conciencia de sus límites, de sus pasajes riesgosos y potencialmente autodestructivos: en cierto sentido siente la necesidad de los viejos maestros, tiene una hambre espasmódica de ellos. El hecho es que los viejos maestros a menudo no aceptan sentarse a una mesa común, y esto complica las cosas.

Claudio Magris: Creo que no existe una contraposición entre los bárbaros y los otros (¿nosotros?). Aun quien combate muchos aspectos “bárbaros” no está patéticamente out, y puede contribuir a la transformación de la realidad. La civilización de los Habsburgo, tan experta en invasiones bárbaras, no las demonizaba ni las enfatizaba; se limitaba a decir: “Sucedió que...”

Alessandro Baricco: “Sucedió que...”, bellísimo. Cuando pensé en escribir Los bárbaros tenía precisamente un estado de ánimo de ese tipo. “Está sucediendo que...” No tenía en mente contar un apocalipsis ni tampoco anunciar alguna salvación. Sólo quería decir que estaba sucediendo algo genial, y me parecía absurdo no tomar nota de ello.

Claudio Magris: Indagas espléndidamente la estrecha relación que había entre profundidad, rehuida por los bárbaros, y esfuerzo, sublimada y honda moralidad del trabajo y del deber que a menudo conduce al sacrificio y a la violencia. Pero la profundidad no está necesariamente ligada a la falsa ética del sacrificio. Sumergirse y volverse a sumergir en un texto –en un amor, en una amistad, en vez de tocarlos de pasada como lo hacen hoy los bárbaros– no quiere decir deslomarse cavando como un forzado en una mina, pero es como zambullirse repetidamente en el mar y descubrir cada vez nuevas luces y colores que enriquecen las precedentes, o como hacer el amor muchas veces con una persona amada, cada vez más intensamente gracias a la libertad de la confianza incrementada.

Alessandro Baricco: La profundidad, ese es un hermoso tema. Sabes, mientras escribía Los bárbaros consagré mucho tiempo a entender y a describir la formidable reinvención de la superficialidad que esta mutación está realizando. Y me parece fantástico lo que hemos logrado hacer al rescatar una categoría que oficialmente era la identificación misma del mal, y devolverla a la gente como uno de los lugares reservados al Sentido. Pero me doy cuenta de que esto no significa de ningún mundo demonizar, automáticamente, la profundidad. Tú precisamente hablas de amistad, de amor, y si observas a los jóvenes de hoy, casi todos típicos bárbaros, encontrarás el mismo deseo de profundidad que podíamos tener nosotros. O si piensas en su necesidad religiosa, encuentras una ansia de verticalidad que no logras conjugar del todo con la cultura del surfing. En definitiva, ¿sabes qué pienso? Que la mutación ha desmontado la dicotomía de lo superficial y lo profundo: ya no son dos categorías antitéticas. Son las dos movidas de un único movimiento. Son los dos nombres de una única cosa. Te diré más: la superficialidad, en las obras de arte bárbaras, ya no es distinguible como tal, no más de cuanto tú puedas distinguir entre la cosa y el adorno en un cuadro de Klimt, o la pura aritmética en una suite de Bach.

Claudio Magris: Aunque soy más alérgico que tú a los bárbaros, querría defenderlos de una imagen totalitaria. En Google veo también una –aunque inmensa– redecilla semejante a aquella con la que los niños pescan en el mar cangrejos y conchillas. No tengo necesidad de Google para saber algo sobre Goethe, “linkeadísimo”, porque lo encuentro también fácilmente en otra parte, como en el pasado. En cambio Google me ha dado información sobre un personaje mínimo en el que me estoy interesando, una negra africana del siglo XVI, convertida en dama de corte en España, raptada por caribeños, que llegó a ser más tarde su reina. Los blogs corrigen la unilateralidad bárbara de los medios, que hablan sólo de aquello de lo que se habla y se sabe. No creo que Faulkner pueda desaparecer, sería mejor que desapareciera Google; pero creo que Google puede en todo caso ayudar a hacer redescubrir la grandeza de Faulkner a muchos ignorantes. Los bárbaros que invadieron el Imperio romano fueron sus herederos, leyeron y difundieron los Evangelios...

Alessandro Baricco: Los bárbaros que invadieron el Imperio romano eran a menudo poblaciones ya parcialmente romanizadas, guiadas por caudillos que procedían de las filas de los oficiales del ejército imperial.

Claudio Magris: La profundidad, escribes, es a menudo fundamentalista. Ha conducido, en nombre de valores fuertes, a la guerra y a la destrucción. No creo sin embargo que la muchedumbre bárbara, inocente, pacifista de los consumidores de video juegos sea idónea para exorcizar la violencia; la veo en todo caso desarmada e ingenua y, por lo tanto, fácil presa de las persuasiones colectivas que llevan a la guerra. En tu extraordinaria apostilla a Homero, Ilíada dices –y concuerdo plenamente– que la guerra no se derrota con el abstracto pacifismo sino con la creación de otra belleza, desligada de aquella, por más alta que sea, como en la Ilíada. No veo, sin embargo, en los consumidores de Matrix a estos constructores de paz.

Alessandro Baricco: Aparentemente es así. Pero cada tanto me pregunto, por ejemplo, si una de las razones por las cuales, después de las Torres Gemelas, no nos hemos precipitado en una verdadera guerra de religión en amplia escala, no es justamente la barbarie difusa de las masas occidentales y cristianas: la nueva sospecha que les inspira todo lo que se da en forma mítica les impide adherirse en modo visceral a los posibles eslóganes guerreros que en el pasado, y por siglos, han abierto una brecha muy grande entre la gente.

Claudio Magris: Los bárbaros de los que hablamos son occidentales, aunque comprenden elementos de otras culturas. Hoy la así llamada globalización mezcla en escala planetaria otras culturas, tradiciones, niveles sociales, casi épocas diversas, e introduce también valores de profundidad y de esfuerzo, absolutos, fundamentalismos. Una nueva muchedumbre de excluidos se asoma al mercado de la civilización: respecto de ellos, nuestros bárbaros pronto parecerán aristocráticos de otro ancien régime. Por cierto, pasará tiempo antes de que los clandestinos de cualquier lengua y cultura levanten verdaderamente la voz, pero...

Alessandro Baricco: Es cierto. Cuando hablamos de humanismo o de romanticismo, hablamos de mutaciones relacionadas con un mundo pequeñísimo (Europa, y ni siquiera toda), mientras que hoy cualquier mutación se debe confrontar con todo el mundo, porque está obligada a dialogar con todo el mundo. Será una aventura fascinante.

Claudio Magris: Hay otra mutación en acto, no sólo cultural sino antropológica, genética, biológica, que podrá generar una humanidad radicalmente distinta de la nuestra, dueña de su corporeidad, capaz de orientar a su gusto el propio patrimonio genético y de conectar las neuronas propias a circuitos electrónicos artificiales, portadora de una sensualidad que no tiene nada que ver con la que, más o menos, es todavía la nuestra. Por cierto, pasará mucho tiempo de todos modos antes de que algo así pueda ocurrir. Pero no tendrá sentido preguntarse si este hombre o su clon será verdaderamente “otro” respecto de nosotros, si será horizontal o profundo, así como no tendría sentido preguntárselo respecto de nuestros antepasados simiescos o quizá roedores.

Alessandro Baricco: ¿Lo crees? No sé. A mí me parece una frontera bastante más cercana, un destino que pertenece al hombre como lo conocemos hoy, a ese animal. Porque creo que una de las adquisiciones fundamentales del hombre moderno ha sido la de imaginar y generar una continuidad en su camino, una continuidad casi indestructible. No importa cuánto tiempo será necesario, pero cuando conectemos nuestras neuronas con circuitos electrónicos artificiales habrá todavía, junto a nosotros, una mesa de luz y sobre ella un libro: quizá sea de titanio, pero será un libro. Y lo que hacemos cada día, hoy, quizá sin siquiera saberlo, es elegir qué libro será: ¿puedes imaginarte una tarea más alta y divertida?

Els Nous Barbars


'Los bárbaros'

Alessandro Baricco

Este libro conforma un auténtico «ensayo por entregas» dedicado a la presencia de los nuevos bárbaros en nuestra sociedad. Como su ensayo Next, dedicado a la globalización, el autor afronta con inusual perspicacia y amenidad la existencia de quienes han contribuido al declive de la cultura burguesa occidental, que, sumida en una honda crisis de valores, se desintegra inexorablemente. Ante este acontecimiento, se alzan numerosas voces apocalípticas en nuestros días, voces de protesta que se niegan a intentar comprenderlo. Tal es precisamente el propósito último de Baricco: la elaboración de un análisis-mosaico que va más allá de la mera dicotomía clásica entre civilización y barbarie.

Tras visitar tres ámbitos particulares (el vino, el fútbol y la industria del libro, aldeas saqueadas que ejemplifican cómo libran sus batallas los nuevos bárbaros), el autor se detiene en Google, un avance tecnológico que, más que un símbolo, es el campamento o palacio de los bárbaros, ya que refleja su forma de entender la cultura como navegación rápida por la superficie, como búsqueda de espectacularidad... En cambio, el alma burguesa, tan bien representada por la obra de Ingres o Beethoven (pero también por las catástrofes del siglo XX), aboga por una cultura del esfuerzo que choca con el ansia de experiencias veloces que buscan los bárbaros. En su brillante epílogo, la Gran Muralla china sirve para delimitar el proceso en el que nos encontramos: todo muro, real o imaginario, se levanta no tanto para contener como para trazar las diferencias entre identidades opuestas, sin percatarse de que, como en otras ocasiones de la historia, los bárbaros ya están aquí, no por haber llegado desde ninguna lejana frontera, sino porque son una mutación en el proceso de desarrollo de nuestra propia sociedad.

Un ensayo que no dejará a nadie indiferente: nos obliga a cuestionarnos qué lugar ocupamos en esa mutación. Así ha ocurrido en Italia, donde sus tesis se discuten acaloradamente, en especial en Internet.

diumenge, 14 de juny del 2009

Procrastinar




La procrastinación (del latín: pro, adelante, y crastinus, referente al futuro) es la acción (o hábito) de postergar actividades o situaciones que uno debe atender, por otras situaciones más irrelevantes y agradables.

La procrastinación es un trastorno del comportamiento que tiene su raíz en la asociación de la acción a realizar con el cambio, el dolor o la incomodidad (estrés). Éste puede ser psicológico (en la forma de ansiedad o frustración), físico (como el sentido durante actos que requieren trabajo fuerte o ejercicio vigoroso), o intelectual. El término se aplica comúnmente al sentido de ansiedad generado ante una tarea pendiente de concluir. El acto que se procrastina puede ser percibido como abrumador, desafiante, inquietante, peligroso, difícil, tedioso o aburrido, es decir, estresante, por lo cual se autojustifica posponerlo a un futuro sine-die idealizado, en que lo importante es supeditado a lo urgente. La procrastinación también puede ser un síntoma de algún desorden psicológico, como depresión o TDAH (trastorno por déficit de atención con hiperactividad).

Si bien no se ha demostrado cabalmente que la costumbre de procrastinar genera dependencia de diversos elementos externos, tales como navegar en internet, leer libros, salir de compras o comer compulsivamente, la procrastinación como síndrome que evade responsabilizarse posponiendo tareas a realizar, puede llevar al individuo a refugiarse en actividades ajenas a su cometido.

La procrastinación no necesariamente está ligada a la depresión o a la baja autoestima. El perfeccionismo extremo o el miedo al fracaso también son factores para procrastinar, como p.ej. al no atender una llamada o una cita donde se espera aterrizar ya una decisión.

Existen dos tipos de individuos que ejecutan esta acción: procrastinadores eventuales y procrastinadores crónicos. Los segundos son los que comúnmente denotan desórdenes en los comportamientos antes mencionados.

Algunos autores afirman que existen en la actualidad conductas adictivas que contribuyen a este trastorno de evasión: se refieren, por ejemplo, a la llamadas "adicciones" a la televisión, la computadora, o la pornografía sobre todo a través de Internet. Otros autores afirman que tales adicciones no existen. No obstante, a pesar de que ya hay propuestas de tratamiento para este tipo de problemas conductuales (terapia cognitivo-conductual, sobre todo, que incluye, por ejemplo, la aplicación de opciones en la propia computadora para bloquear voluntariamente el acceso a las páginas de pornografía), se trata de un tema muy nuevo, en el que aún hace falta realizar mucho trabajo de investigación.

Por otra parte, el llamado "síndrome del estudiante" (el hecho de que muchos estudiantes pospongan la entrega de sus trabajos hasta el último minuto del día de la fecha límite) está presente, al parecer, también en otros grupos sociales: en las temporadas en las que se acerca la fecha límite para pagar los impuestos (para presentar las declaraciones mensuales o anuales), las oficinas donde se llevan a cabo esos trámites (los bancos, por ejemplo) se saturan de personas que asisten a realizar ese trámite sólo hasta el último momento. Asimismo, se adolece de procrastinación al coleccionar opciones como pretexto con tal de no decidirse por ninguna acción en concreto.

La procrastinación, en particular, es un problema de autorregulación y de organización del tiempo. Su solución pasaría, entre otras, por lograr una adecuada organización del tiempo, concentrándose en realizar las tareas importantes que tienen un plazo de finalización más cercano. Quien pospone o procrastina una decisión, suele aducir que lo hará después..."cuando tenga tiempo"; denotando en el fondo una conducta evasiva e inmadura.


dijous, 11 de juny del 2009

dimecres, 10 de juny del 2009

Ex-televident

Soc de la generació de la tele. Així com hui hi han nadius digitals jo em vaig criar amb el Un , dos, tres... i la Bola de cristal, i ho recorde amb joia . Però no tot a sigut satisfacció infantil. He sigut consumidor de productes televisius com tothom.; de coses roïns i de pitjors. Però els anys de pasivitat sumisa davant d'una pantalla han passat a millor vida amb el rotllo aquest del p2p, i la web 2.0. Per aixó m'he parat a pensar algunes de les raons per les que deteste la televisió i promet dedicar algún que altre post al tema. De moment ahí van quatre:

- És un instrument de propaganda política que sobreentén que els televidents són idiotes i no ho saben
- Està plagat d'una publicitat comercial que dona gonia
- No et permet no més que tragar
- La majoria del productes televisius són pèssimes mostres de misèria humana

Altre dia més.

dissabte, 6 de juny del 2009

Ludwig Wittgenstein: Tractatus Logico-Philosophicus


El Tractatus Logico-Philosophicus fue el primer libro escrito por Wittgenstein y el único que él vio publicado en vida (la primera publicación fue en la revista alemana Annalen der Naturphilosophie (XIV, 3-4, págs. 185-262), bajo el título "Logisch-Philosophische Abhandlung"; un año más tarde (en 1922) aparecería la primera edición bilingüe (alemán-inglés) en la editorial Kegan Paul de Londres, acompañado de una introducción de Russell, y ya bajo el título en latín que hoy conocemos: Tractatus Logico-Philosophicus). Es el principal texto en que Wittgenstein expresa su pensamiento de la llamada primera época.

El Tractatus es un texto complejo que se presta a diversas lecturas. A primera vista, se presenta como un libro que pretende explicar el funcionamiento de la Lógica (desarrollada previamente por Frege y por Russell entre otros), tratando de mostrar al mismo tiempo que la Lógica es el andamiaje o la estructura sobre la cual se levanta nuestro lenguaje descriptivo (nuestra ciencia) y nuestro mundo (que es aquello que nuestro lenguaje o nuestra ciencia describe). La tesis fundamental del Tractatus es esta estrecha vinculación estructural (o formal) entre lenguaje y mundo, hasta tal punto que: «los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo» [Tractatus: § 5.6]. En efecto, aquello que comparten el mundo, el lenguaje y el pensamiento es la forma lógica [logische Form], gracias a la cual podemos hacer figuras del mundo para describirlo.

En el Tractatus, El mundo [Welt], es la totalidad de los hechos que son el caso, es decir, aquellos hechos que se dan efectivamente [Tractatus: §§ 1-2 ]. Los hechos son "estados de cosas" [Sachverhalt], o sea, objetos en cierta relación [Tractatus: §§ 2-2.01]. Por ejemplo, un hecho es que el libro está sobre la mesa, lo cual se revela como una relación entre "el libro" (que podemos llamar objeto "a") y "la mesa" (que podemos llamar objeto "b"). Aquí se pone de manifiesto, en efecto, que el hecho posee una estructura lógica que permite la construcción de proposiciones que representen o figuren [del alemán ‘’bild’’] ese estado de cosas, a saber: "el libro está sobre la mesa" (o, trascrito a lenguaje lógico, "aRb"). Al igual que un hecho es una concatenación de objetos, una proposición será una concatenación de nombres (los cuales, obviamente, tendrán como referencia los objetos). Para Wittgenstein el lenguaje descriptivo funciona igual que una maqueta, en la cual representamos los hechos colocando piezas que hacen las veces de los objetos representados; en el Tractatus, el lenguaje está formado fundamentalmente por nombres (hablamos, naturalmente, del lenguaje una vez que es analizado lógicamente).

De esta idea tan fundamental extrae Wittgenstein toda su teoría de la figuración (o de la significación) y de la verdad. Una proposición será significativa (tendrá sentido [sinn]) en la medida en que represente un estado de cosas lógicamente posible, para lo cual será imprescindible que los nombres que aparecen en esa proposición refieran a ciertos objetos del mundo. Otra cosa es que la proposición sea verdadera o falsa. Una proposición con sentido figura un estado de cosas posible; para que la proposición sea verdadera, el hecho que describe debe darse efectivamente (debe ser el caso), si el hecho descrito no se da, entonces la proposición es falsa; pero sea falsa o sea verdadera, la proposición tiene sentido, porque describe un estado de cosas posible. «El mundo es todo lo que sea el caso» [Tractatus: § 1]; la realidad [Wirklichkeit] será la totalidad de los hechos posibles, los que se dan y los que no se dan [Tractatus: § 2.06 y § 2.202].

Otra tesis fundamental del Tractatus es la identidad entre el lenguaje significativo y el pensamiento, dando a entender que nuestros pensamientos (las representaciones mentales que hacemos de la realidad) se rigen igualmente por la lógica de las proposiciones, pues: «La figura lógica de los hechos es el pensamiento» (Tractatus: § 3] o «El pensamiento es la proposición con sentido» [Tractatus: § 4]. De este modo, si algo es pensable, ha de ser también posible [Tractatus: § 3.02], es decir, ha de poder recogerse en una proposición con sentido (sea ésta verdadera o falsa). El pensamiento es una representación de la realidad. La realidad es aquello que se puede describir con el lenguaje (en este sentido, se aprecia que la realidad en el Tractatus es una imagen que resulta de un lenguaje descriptivo, y no una realidad en sí; por eso los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo).

Este es el modo en que Wittgenstein determina de qué podemos hablar con sentido y de qué no podemos hablar. Podemos hablar, o sea, decir verdades o falsedades, siempre y cuando utilicemos el lenguaje para figurar estados de cosas o hechos posibles del mundo. Sólo es posible hablar con sentido de la realidad. Este es el punto en que el Tractatus es interpretado como abogado del Empirismo o como una apología de la ciencia, ya que sólo la ciencia es capaz de decir algo con sentido; y «De lo que no se puede hablar, hay que callar» [Tractatus: § 7]. Ahora bien, el verdadero y original pensamiento de Wittgenstein empieza aquí. Si, como dice el Tractatus sólo es posible hablar con sentido de los hechos del mundo: ¿qué ocurre con los textos de filosofía y, en particular, con las proposiciones del propio Tractatus? En efecto, el Tractatus no describe hechos posibles ni hechos del mundo, sino que habla del lenguaje y de la lógica que rige nuestro pensamiento y nuestro mundo, etc..

Entra así en juego la polémica pero fundamental distinción entre decir y mostrar que el propio Wittgenstein consideraba el núcleo de la filosofía. La forma lógica y en general la Lógica no puede expresarse, quiere decir, no se puede crear una proposición con sentido en que se describa la lógica, porque la lógica se muestra en las proposiciones con sentido (que expresan el darse o no darse de un estado de cosas). La lógica está presente en todas las proposiciones, pero no es dicha por ninguna de ellas. En este sentido: «La lógica es trascendental» [Tractatus: § 6.13].

La lógica establece cuál es el límite del lenguaje, del pensamiento y del mundo, y de ese modo se muestra el propio límite que, obviamente, ya no pertenece al mundo, quedando fuera de ese ámbito de lo pensable y expresable. Es por ello que, como indica Wittgenstein: «Hay, ciertamente, lo inexpresable. Se muestra, es lo místico» [Tractatus: § 6.522]. La tarea de la filosofía es, entonces, precisamente, llegar hasta los casos límites del lenguaje, donde ya no hablamos del mundo pero, sin embargo, sí queda mostrado lo inexpresable. Este es el caso de las tautologías, las contradicciones y, en general, las proposiciones propias de la lógica.

Análogamente, tal y como se apunta hacia el final del Tractatus, la ética (o sea, aquello que trata de hablar sobre lo que sea bueno o malo, lo valioso, el sentido de la vida, etc.) es también inexpresable y trascendental [Tractatus: §§ 6.4-6.43]. La ética, lo que sea bueno o valioso, no cambia nada los hechos del mundo; el valor debe residir fuera del mundo, en el ámbito de lo místico. De lo místico no se puede hablar, pero una y otra vez se muestra en cada uno de los hechos que experimentamos.


En el box teneis una edición bilingüe completa del Tractatus.

dimarts, 2 de juny del 2009

Leo Strauss





Nacido el 20 de septiembre de 1899 en Kirchain, en la región de Hessen (Alemania) y fallecido el 18 de octubre de 1973, era hijo de Hugo Strauss y Jannie David. Leo Strauss era hijo de un piadoso comerciante judío, habitual de la sinagoga de su ciudad y a los 17 años ya era sionista.. Estudio bachillerato en Marburg y durante la Primera Guerra Mundial fue reclutado por el ejército en donde sirvió como intérprete. Acabado el conflicto, en 1921, se doctoró en filosofía en la Universidad de Hamburgo.

Dirigió sus primeros pasos por el existencialismo y orientó sus estudios hacia la filosofía de Husselr y de Heidegger. Su primer libro, sobre el filósofo judío Spinoza fue publicado en 1930. En un momento en el que el antisemitismo aumentaba en Alemania, Strauss se había especializado en la filosofía judía medieval y había sido contratado en Berlín por la Academia de Investigación Judía. Provisto de una beca, abandonó Alemania 1932; primero se estableció en París (donde se casó) y luego en Cambridge en 1938. Su segundo libro, publicado cuando el nacionalsocialismo ya se encontraba en el poder, en 1935, trataba sobre Maimónides. En Londres, publicó un estudio sobre la filosofía política de Hobbes. Acto seguido, pasó a EEUU de donde no volvería a salir en toda su vida.

A partir de 1937 fue profesor en la Universidad de Columbia y luego, de 1938 a 1948 enseñó Ciencias Políticas y Filosofía en la New School for Social Research de Nueva York, en donde permanecería hasta su jubilación en 1968. Sus libros, a partir de esos momentos, empiezan a ser extraños e incluyen enigmáticas especulaciones de aparente inocuidad. Esta tendencia se hará aún más palpable a partir de 1949 cuando fue contratado como profesor de filosofía política de la Universidad de Chicago. De este pargo período destacan sus obras sobre Maquiavelo (1958), Sócrates y Aristófanes (1966), Derecho Natural e Historia (1953), La Ciudad y el Hombre (1964) y Liberalismo Antiguo y Moderno (1968).

Pasó sus últimos años de enseñanza, entre 1968 y 1973, como profesor honorario en las universidades de California y Maryland, período en el cual profundizó sus estudios sobre la Grecia clásica. Falleció en 1973 en Annapolis.

Quedan tras él muchos seguidores que le conocieron de cerca y asimilaron sus enseñanzas, alumnos que hoy son ellos mismos figuras de la academia, la política o las artes. Son los conocidos como straussians o estrausianos, escuela que sigue siendo una voz influyente en la ciencia política norteamericana. Pues bien, efectivamente, estos strausianos con conocidos por otros como “la cábala” y, en cualquier caso, constituyen la médula del pensamiento neoconservador norteamericano, el motor ideológico de la administración Bush.

Para Strauss la verdad es peligrosa y destructiva para la sociedad. Desde el principio de los tiempos, los hombres han elaborado mentiras para poder vivir con más tranquilidad. La religión, por ejemplo. La esperanza en el más allá, en el castigo a los malos y en el premio a los buenos, la reencarnación, la resurrección, la vida eterna, la imagen misma de Dios… todo ello no son más que esperanzas para poder vivir. Son “mentiras necesarias”, sin las cuales, lo más probable es que la mayoría de seres humanos se desesperarían e incluso se suicidarían al saber que este valle de lágrimas no tiene un final feliz. Strauss, aprendió de Nietsche que sólo unos pocos están en condiciones de conocer la verdad sin derrumbarse. Los filósofos no pueden decir lo que piensan verdaderamente.

En su análisis sobre Aristóteles y Platón, Strauss había descubierto algunos elementos incomprensibles, de una banalidad exasperante que era indigno del pensamiento de aquellos sabios. Examinando otros textos sapienciales de la antigüedad, llegó a la conclusión de que los antiguos utilizaban frecuentemente distintos niveles de lenguaje (Al-Farabi le indujo también esta idea) el más profundo de los cuales está dedicado a aquellos escasos y especiales seres capaz de comprenderlo. Si no hubieran utilizado el secreto, los filósofos de la antigüedad, habrían sido frecuentemente perseguidos y linchados por los ciudadanos. Nadie puede soportar la verdad si esta ataca lo más íntimo de sus esperanzas, sin reaccionar airadamente.

Sabemos cuales eran las fuentes del pensamiento de Staruss en la antigüedad: Aristóteles, Platón, Maimónides, Al-Farabi… pero también es altamente tributario de tres pensadores modernos: Federico Nietzsche, Martin Heidegger y Carl Schmitt a los que da una interpretación particular.

De Heidegger, Strauss extrae el odio por la modernidad, el rechazo al cosmopolitismo universalista y a la sociedad corrupta que el filósofo debe contribuir a reformar sino a destruir. De Schmitt, la necesidad de establecer claramente distinciones entre amigo-enemigo y la “reteologización de lo político, la unión de política, religión y moral”. No es que le interese ni la religión ni la moral, pero considera que tienen una capacidad de movilización muy superior a la política. Strauss cree que religión y moral son un fraude elaborado conscientemente por los sabios para tranquilizar a quienes no están dispuestos a conocer la verdad. De Nietzsche extrae la concepción del “hombre superior” que, para él, es el “filósofo”, considerando como tal a aquel que conoce la verdad.

Los “filósofos” deben ocultar sus posiciones para no herir los sentimientos y el ego de las personas y para protegerse a ellos mismos y a la élite de gobierno de las posibles represalias. Entonces es cuando aparece la sombra Nietzsche sobre el pensamiento de Strauss.

No existe, para el “filósofo”, otro derecho natural que el de los superiores sobre los inferiores, los amos sobre los esclavos y los “filósofos” sobre la plebe. Son lo que Strauss llama “las enseñanzas tiránicas de los antiguos”. Manejando citas de Platón y textos clásicos, entre otros sobre la escuela pitagórica, concluye que los “antiguos estaban decididos a mantener estas enseñanzas tiránicas en secreto porque no era probable que el pueblo tolerara el hecho de que estaban destinados a la subordinación”. En efecto, podrían exteriorizar su resentimiento en forma de persecución y, para evitarlo, la mentira debía ser el chaleco antibalas de los “filósofos” y de la élite de los superiores, frente al vulgo.

LOS TRES TIPOS HUMANOS SEGÚN STRAUSS

El tres es el número clave para Straus como lo fue también para Al-Farabi. Cada individuo en la sociedad puede ocupar, desde su perspectiva, tres estratos: “sabios”, “señores” o “gentiles” y “vulgo”. Shadia Drury, comentarista de Strauss, nos los define: “Los sabios son los amantes de la dura verdad desnuda y sin alteraciones. Son capaces de mirar al abismo sin temor y sin temblar. No reconocen ni Dios ni imperativos morales. Son devotos, por sobre todas las cosas, de la búsqueda por sí mismos de los “altos” placeres, que procura simplemente el asociarse con sus jóvenes iniciados. El segundo grupo, los gentiles, son amantes del honor y la gloria. Son los más cumplidores de las convenciones de su sociedad –es decir, las ilusiones de la cueva. Son verdaderos creyentes en Dios, en el honor y en los imperativos morales. Están listos y deseosos de acometer actos de gran heroísmo y autosacrificio sin previo aviso. Los del tercer tipo, la mayoría del vulgo, son amantes de la riqueza y el placer. Son egoístas, holgazanes e indolentes. Pueden inspirarse para elevarse por encima de su embrutecida existencia sólo por el temor a la muerte inminente o a la catástrofe”.

Strauss, siguiendo a Platón, creía que el ideal político supremo es el gobierno de los sabios, pero tal gobierno es imposible por que en las democracias formales es el “vulgo” quien decide. Así pues será necesario recurrir a la mentira y a la simulación para controlar y manipular al vulgo. Utilizando una cita ilocalizable de Jenofonte, alude a que “el gobierno encubierto de los sabios”, es facilitado por “la abrumadora estupidez” de los gentiles, los cuales “mientras más crédulos, simples y poco perceptivos sean, más fácil será para los sabios controlarlos y manipularlos”.

Es fácil comprender el drama de Strauss, extremadamente alejado de la modernidad y de sus valores. Para él, la justicia, el orden, la estabilidad, el respeto a la autoridad, carecen de sentido por que son precisamente estos valores en los que se reconoce el vulgo. En nuestra época, el vulgo ha tenido todo aquello a lo que aspiraba en otras épocas, pero, ni siquiera con esto han remediado su situación, todo lo contrario, de hecho, hoy están más reducidas que nunca a su papel miserable de bestias de carga. Los cuarenta años que pasó Strauss en EEUU no sirvieron para que aceptara los valores de la mentalidad de aquel país. En realidad, estaba convencido de que el proceso degenerativo de los tiempos modernos estaba más avanzado en EEUU que en cualquier otro lugar y que la vida, tal como previera Carl Schmitt se había trivializado.

La combinación entre democracia formal, economía liberal y trivialización de la vida, terminarían, según Schmitt y Strauss, destruyendo la política y convirtiendo la vida en un entretenimiento. En realidad, Schmitt y Strauss coinciden en percibir la política como un conflicto entre grupos enemigos dispuestos a competir y luchar hasta la muerte. El ser humano, para Strauss, lo es sólo en tanto está dispuesto a luchar, vencer, o morir.

Fuente: http://infokrisis.blogia.com/2004/101501-leo-strauss-los-abismos-del-pensamiento-conservador.php