dilluns, 29 d’octubre del 2012

Lyotard y la condición postmoderna


 



 


La condición postmoderna examina el conocimiento, la ciencia y la tecnología en las sociedades capitalistas avanzadas. Aquí se cree que el concepto de sociedad como forma de “unicidad” (como el de identidad nacional) está perdiendo credibilidad. La sociedad como algo único, se conciba como un conjunto orgánico o como un sistema funcional, o como un conjunto fundamentalmente dividido, formado por dos clases opuestas, ya no es creíble debido a la creciente “incredulidad respecto a” las “metanarrativas” legitimadoras. Dichas metanarrativas (por ej., “toda sociedad existe para el bien de sus miembros”) ofrecen una teleología que legitima el vínculo social y el papel de la ciencia y el conocimiento en relación con él. Es decir, una metanarrativa suministra un propósito “creíble” para la acción, la ciencia o la sociedad en general. En un plano más técnico, una ciencia es moderna si intenta legitimar sus propias normas mediante la referencia a una metanarrativa, o sea, una narrativa exterior a su propia esfera de competencia.

Dos metanarrativas influyentes son la idea de que el conocimiento se produce por sí mismo (típica del idealismo alemán) y la de que el conocimiento se produjo para un pueblo sometido que buscaba la emancipación. Por otro lado, la posmodernidad implica que hay oposición a esos objetivos del conocimiento y que, además, no existe ninguna prueba definitiva para sentar las disputas en relación con ellos. En la era de los ordenadores la posibilidad de que haya una justificación, incluso dos, para el conocimiento o la ciencia, se vuelve remota. Desde la Segunda Guerra Mundial, las técnicas y las tecnologías han “trasladado el énfasis de los fines de la acción a sus medios”. La legitimación del conocimiento no puede ya depender de una “narrativa grandiosa”, de modo que la ciencia se entiende mejor, actualmente, con arreglo a la teoría del “juego lingüístico” de Wittgenstein.
Un juego lingüístico significa que ningún concepto ni teoría podría capturar adecuadamente el lenguaje en su totalidad, aunque sólo sea porque el intentarlo constituye, ya en sí, su propio juego lingüístico concreto.
La ciencia es un juego lingüístico con las siguientes reglas:
  1. Sólo son científicas las afirmaciones denotativas (descriptivas)
  2. Las afirmaciones científicas son muy diferentes de las que (se ocupan de los orígenes) constituyen el vínculo social
  3. Sólo se requiere competencia por parte de quien emite el mensaje científico, no por parte de quien lo recibe
  4. Una afirmación científica existe sólo dentro de una serie de afirmaciones a las que dan validez los argumentos y las pruebas
  5. Teniendo en cuenta 4), el juego lingüístico científico exige estar al tanto del estado actual de los conocimientos científicos. La ciencia ya no necesita una narrativa para su legitimación, porque las normas científicas son inmanentes al juego.
Para que la ciencia “progrese” cada científico o grupo de científicos debe obtener la aprobación de todos los demás científicos en su campo. Y, a medida que el trabajo científico se hace más complejo, también lo hacen las formas de probar; cuanto más compleja la prueba, más compleja la tecnología necesaria para lograr niveles de validez aceptados generalmente. La tecnología, esencial para entender la forma del conocimiento científico en la sociedad del último cuarto del siglo XX, se rige por el principio del rendimiento óptimo: máxima producción con mínimo esfuerzo. Lyotard lo llama el principio de “performatividad”, y domina el juego lingüístico científico precisamente porque un descubrimiento científico requiere una prueba que cuesta dinero. La tecnología pasa a ser la forma más eficaz de obtener una prueba científica: “se establece, pues, una ecuación entre riqueza, eficiencia y verdad”. Aunque sigue siendo posible la investigación barata y pura en búsqueda de la verdad, la investigación costosa se está convirtiendo en la norma; y ello significa conseguir apoyo financiero. Para obtener financiación es preciso justificar la importancia a largo plazo de la investigación, lo que sitúa a la investigación pura bajo los auspicios del juego lingüístico de la performatividad.
Una vez que predomina esta última, la verdad y la justicia suelen ser resultado de la investigación con más fondos. Y, si quienes tienen dinero para financiar la investigación tienen también poder (y tienen poder, porque se aprovechan de la investigación), la era postmoderna sería aquella en la que el poder y el conocimiento entran en contacto mutuo como nunca antes.
Por otro lado, la performatividad puede permanecer en una posición de hegemonía en el juego lingüístico científico sólo si se deja de lado la cuestión de su legitimidad. Esto resulta fácil si dicha cuestión es lo mismo que la pregunta ¿qué es la ciencia? Sin embargo, una vez que la performatividad de la pregunta se plantea, aparece el límite de la racionalidad performativa, en la medida en que la performatividad no puede justificarse sino mediante una metanarrativa.

Situación actual y crisis de legitimaciones

En La condición posmoderna, expresa Lyotard los cambios que habrá que esperar en las sociedades postindustriales muy desarrolladas, por influjo de la nueva tecnología informática. La pregunta que Lyotard se platea es: ¿se pueden predecir los cambios que sufrirá el saber mediante la nueva tecnología?
Según Lyotard, la multiplicación de las máquinas afecta a la circulación de conocimientos y a la conservación de los mismos en bancos de datos. De ahí se derivan consecuencias no sólo para la adquisición de los conocimientos, sino también para la naturaleza del mismo conocimiento. Parece que se camina hacia una traducción del conocimiento en datos o en lenguaje de máquinas. Esto podría llevar también a una subordinación del conocimiento a su posibilidad de ser traducido a datos.
Consecuencia de esto es que el principio tradicional según el cual la adquisición del saber es indisociable de la formación del espíritu y de la persona, cae y caerá aún más en desuso. El saber de la posmodernidad es visto en otro contexto y desde otra perspectiva, no está subordinado u ordenado a la formación.
Ahora se ve el saber desde una perspectiva nueva: la del poder y la de la producción. El saber se ha convertido y sigue convirtiéndose cada vez más en una fuerza de producción. Así como las naciones han luchado primero por dominar territorios y luego por explotar materias primas y poseer mano de obra barata, en el futuro competirán por dominar la información.
El saber y la información entrarán seguramente en conflicto con los Estados naciones. Hasta ahora los Estados han organizado ellos mismos la enseñanza en función de las necesidades del Estado, del buen funcionamiento del mismo, en función de la estabilidad y perduración del sistema. El disponer de bancos de datos podrá llevar en el futuro a otro tipo de enseñanza, desligada del Estado y sin estar al servicio del mismo. El saber, según esto, sería difundido no por su valor formativo, ni por su importancia política, administrativa, diplomática o militar, sino en su esquema de mercado: “conocimientos de pago-conocimientos de inversión”.
En épocas pasadas, realidades como la enseñanza o la investigación solían tener un fundamento filosófico, que constituía una visión de la realidad. Esta visión o ese fundamento servían de legitimación del saber. La posmodernidad, en cambio, se caracteriza por una multiplicidad de saberes y de lenguajes correspondientes diferentes, que no se pueden reducir a unidad ni legitimar desde un metalenguaje. El saber científico se caracteriza por la necesidad de pruebas demostrativas y por la capacidad de refutación de los enunciados contrarios. La “narración”, por el contrario, usa fábulas, mitos, leyendas, descripciones, etc. La narración no necesita legitimación;
Se acredita a sí misma por la pragmática de su transición sin recurrir a la argumentación y a la administración de pruebas (La condición posmoderna, Barcelona, Planeta, 1993, p. 64)
Se trata de juegos de lenguaje diferentes, de tal manera que no se puede hacer un juicio crítico de uno a partir del otro.
La ciencia moderna admite que las condiciones de lo verdadero, las reglas de juego de la ciencia, son inmanentes al juego científico y han de ser establecidas en el seno de la ciencia misma, en un debate científico y por consenso de los expertos. Esta idea coincide con la emancipación de la burguesía de las autoridades tradicionales. Entonces se busca el sujeto que tiene derecho a decidir y a dar normas y prescripciones. Este sujeto es identificado con el pueblo y el signo de legitimidad es el consenso.
De esta manera se da un paralelismo entre legitimación de la ciencia y de la realidad socio-política.
El pueblo está en debate consigo mismo acerca de lo que es justo e injusto de la misma manera que la comunidad ilustrada sobre lo que es verdadero y falso (p. 60)
El relato de legitimación en este contexto no es un relato científico, sino un relato de emancipación del pueblo, el cual debe alcanzar las libertades por medio del saber y del progreso. Estamos así ante una legitimación del saber por la formación espiritual y moral, que se puede resumir en una triple aspiración unitaria: a) “derivarlo todo de un principio original”, a lo que corresponde la actividad científica; b) “referirlo todo a un ideal”, que gobierna la práctica ética; c) “reunir ese principio y ese ideal en una sola idea”, lo que constituye el sujeto legítimo. Sin embargo, este juego de legitimación no es científico ni sociopolítico, sino filosófico especulativo. La filosofía tiene que lograr la unidad que se da en la dispersión de los saberes de las ciencias.
Según otro procedimiento de legitimación, el saber no encuentra su validez en sí mismo, sino en un sujeto práctico, que es la humanidad. El principio que la anima no es el saber, sino la libertad de su autofundación, la epopeya de su emancipación de todo lo que le impide regirse por sí mismo. En este contexto el saber positivo no tiene otra misión que la de informar al sujeto práctico acerca de la realidad en la cual debe inscribirse la ejecución de una prescripción. Se da una relación de medio a fin.
Otro esquema de legitimación es el marxista, basado en la dialéctica y la lucha de clases; sin embargo, el marxismo ha olvidado su aspecto crítico y la lucha de clases en lo que tenían de positivo, para imponer modelos totalitarios en su mayoría.
En general, en la modernidad se han dado tres metanarrativas: emancipación de la humanidad en la Ilustración, teleología del espíritu en el idealismo y hermenéutica del sentido en el historicismo. Lyotard cree que todas estas legitimaciones del saber están superadas. Los sistemas de totalidad o de unidad no tienen cabida en la cultura de la posmodernidad, tanto si se refieren al campo especulativo como si se refieren al campo práctico, emancipatorio o social.
Si, desde finales del siglo XIX, la ciencia está en crisis, es porque ha entrado en crisis el principio de su legitimación.

Diferentes juegos de lenguaje

Según Wittgenstein, un juego de lenguaje es una práctica lingüística que puede ser inteligible con relativa independencia del resto de la actividad lingüística. Juegos de lenguaje diferentes implican diferentes reglas gramaticales. Conocer la gramática es conocer las relaciones internas en una práctica lingüística, y esas relaciones internas sólo pueden ser captadas como relaciones internas entre nuestras actuaciones. La idea básica que subyace a la utilización de la noción de “juego de lenguaje” por parte de Wittgenstein es su rechazo de la pretensión de buscar algún tipo de justificación externa a la gramática, a las reglas que rigen un juego de lenguaje. Hay muchas prácticas lingüísticas y no podemos buscar lo que las justifica, sino lo que las constituye: el hecho de que los hombres usen un lenguaje de cierta manera en su vida ordinaria y, con ello, establezcan las relaciones internas que establecen entre sus expresiones. Tales conexiones no pueden utilizarse para justificar o criticar la actividad humana en la que se expresan: tales conexiones son el reflejo de esa actividad.
Lyotard está de acuerdo con Wittgenstein en que hay múltiples juegos lingüísticos. Un claro ejemplo de la diversidad de tales juegos lingüísticos y de las reglas de juego se ve al comparar el lenguaje narrativo de fábulas, mitos y leyendas y el lenguaje científico. En uno se necesitan pruebas demostrativas del enunciado y refutatorias del contrario; en el otro no. Dada la diversidad de ambos, no se puede considerar el valor de uno tomando el otro como norma. Pero aún dentro del lenguaje científico se dan diferentes juegos de lenguaje: simbolismo químico, lenguaje del código genético, etc. Según Lyotard es imposible legitimar y reunir todos estos lenguajes mediante un metalenguaje.
Ante este panorama de pluralidad y de irreductibilidad a una unidad se puede caer en el pesimismo o en la nostalgia de las legitimaciones perdidas, que son pérdidas de unidad y de visiones de totalidad. Lamentarse de esto equivaldría a lamentarse de que el saber no sea principalmente narrativo. Lyotard no considera una pérdida el hecho de que estas visiones se presenten como irrecuperables. La pérdida de las mismas, añade Lyotard, no hace que los hombres vivan por eso entregados a la barbarie.
Lo que se lo impide es saber que la legitimación no puede venir de otra parte que de su práctica lingüística y de su interacción comunicacional (p. 78)

Legitimación por la ciencia y la técnica

En la actualidad se da otro intento de legitimación mediante la ciencia y la técnica, que puede constituir un peligro para la pluralidad reflejada en los juegos de lenguaje.
En las investigaciones científicas no se da un uso indiscriminado de los lenguajes, sino que este uso está sometido a una condición que se puede llamar “pragmática”, por la cual se formulan reglas que el adversario acepta. Al hacer esto se define una axiomática; ahora bien, Gödel ha mostrado que todos los formalismos, todos los sistemas axiomáticos, tienen limitaciones internas; pero, si esto es así, no se puede pretender en ellos una legitimación decisiva.
La cuestión de la legitimación del saber se plantea así: cuando se dice que un enunciado es verdadero, se presupone que se ha formulado un sistema axiomático, en el cual es decidible y demostrable; y se presupone que este sistema es tan satisfactorio para los interlocutores como es posible. Así, en realidad,
El principio de un metalenguaje universal es reemplazado por el de la pluralidad de sistemas formales y axiomáticos [...], esos sistemas que están descritos en un metalenguaje universal, pero no consistente (p. 94)
El otro aspecto importante de la investigación es la administración de la prueba. Aquí se sigue una dirección muy diferente. Aquí se deberían constatar los hechos. Pero los sentidos son insuficientes para esta constatación y hay que recurrir a la técnica. El principio que sirve de guía entonces es la optimización de las actuaciones, que se resume en un aumento de la cantidad de información (output), y una disminución de la energía puesta (input) para obtenerla. Se impone la performatividad, esto es, la mejor relación input/output. El saber científico se subordina a la producción, se convierte en fuerza de producción. La norma no es ni lo verdadero, ni lo justo, ni el saber como tal, sino lo eficiente.
La prueba científica deja de ser argumentación, para pasar
bajo el control de otro juego de lenguaje, donde lo que se ventila no es la verdad, sino la performatividad. [...] Pero es cierto que la performatividad, al aumentar la capacidad de administrar la prueba, aumenta la de tener razón: el criterio técnico introducido masivamente en el saber científico no deja de tener influencia sobre el criterio de verdad (p. 98)
Lyotard ve en esto una raíz sociopolítica que lucha por el poder, tanto por partir del estado como por parte de la empresa. Éstos abandonan la legitimación idealista o humanista para justificar el nuevo objetivo: el poder. No se compran savants, técnicos y aparatos para saber la verdad, sino para incrementar el poder.
La performatividad se da también en la enseñanza. La enseñanza universitaria se encamina a formar las competencias que le son indispensables al sistema social. De ahí la importancia dada a todas las disciplinas que se refieren a la innovación tecnológica. No se intenta formar una elite capaz de dirigir a la nación a su emancipación, sino de preparar “jugadores” capaces de asegurar su papel en los puestos pragmáticos.
Lyotard critica aquí el uso de la tecnología para un nuevo proceso de uniformidad. La sustitución de la visión unitaria o totalizante por un criterio uniforme de uso no remedia los defectos de aquellos modos de legitimación.
La posmodernidad no se opone a la técnica, sino todo lo contrario. Se trata de evitar el peligro de un determinismo. El desarrollo tecnológico debería hacer posible lo que propone Lyotard:
Pues está permitido representar el mundo del saber posmoderno como regido por un juego de información completa y en este sentido los datos son en principio accesibles a todos los expertos: no hay secretos científicos (p. 110)
Y añade que la misma performatividad sería aceptable, en parte:
El incremento de la performatividad, a igual competencia, en la producción de saber, y no en su adquisición, depende, pues, finalmente de esta “imaginación” que permite, bien realizar una nueva jugada, bien cambiar las reglas del juego (loc. cit)

Legitimación y consenso

Lyotard se opone a la teoría del “consenso”, defendida por Habermas. Habermas busca un consenso universal por medio del diálogo de argumentaciones. Según Lyotard, aquí se presuponen dos cosas. En primer lugar, se presupone que todos los interlocutores se ponen de acuerdo acerca de las reglas o de las metaprescripciones (ordenadas a la praxis) universalmente válidas para todos los juegos de lenguaje. En segundo lugar, se presupone que la finalidad del diálogo es el consenso. Lyotard dice que ha demostrado que la finalidad del diálogo no es el consenso, sino que éste es sólo un momento del diálogo o de las discusiones.