Una de las reacciones del siglo XX al evolucionismo del siglo XIX se 
conoce como difusionismo. Según sus partidarios, la fuente principal de 
diferencias y similitudes culturales no es la inventiva de la mente 
humana, sino la tendencia de los humanos a imitarse entre sí. Los 
difusionistas consideran las culturas como un mosaico de elementos 
derivados de una serie fortuita de préstamos entre pueblos cercanos y 
distantes. En el caso crítico del origen de las civilizaciones 
americanas indias, por ejemplo, los difusionistas adujeron que la 
tecnología y arquitectura de los incas del Perú y de los aztecas de 
Máxico habían sido difundidas desde Egipto o desde el sureste asiático, 
en lugar de ser inventados independientemente.
Mientras que la endoculturación hace referencia a la transmisión de rasgos culturales por vía generacional, la difusión designa la transmisión de rasgos culturales de una cultura y sociedad a otra distinta. Este proceso es tan frecuente que cabe afirmar que la mayoría de los rasgos hallados en cualquier sociedad se han originado en otra. Se puede decir, por ejemplo, que el gobierno, religión, derecho, dieta y lengua del pueblo de los Estados Unidos son "préstamos" difundidos desde otras culturas. Así la tradición judeo-cristiana proviene del Oriente Medio, la democracia parlamentaria de la Europa occidental, los cereales de nuestra dieta -arroz, trigo, maiz- de civilizaciones antiguas y remotas, y la lengua inglesa de una amalgama de diversas lenguas europeas.
Mientras que la endoculturación hace referencia a la transmisión de rasgos culturales por vía generacional, la difusión designa la transmisión de rasgos culturales de una cultura y sociedad a otra distinta. Este proceso es tan frecuente que cabe afirmar que la mayoría de los rasgos hallados en cualquier sociedad se han originado en otra. Se puede decir, por ejemplo, que el gobierno, religión, derecho, dieta y lengua del pueblo de los Estados Unidos son "préstamos" difundidos desde otras culturas. Así la tradición judeo-cristiana proviene del Oriente Medio, la democracia parlamentaria de la Europa occidental, los cereales de nuestra dieta -arroz, trigo, maiz- de civilizaciones antiguas y remotas, y la lengua inglesa de una amalgama de diversas lenguas europeas.
A principios de este siglo la difusión era considerada por muchos 
antropólogos como la explicación más importante de las diferencias y 
semejanzas culturales. Los persistentes efectos de este punto de vista 
todavía se pueden apreciar en intentos de explicar las semejanzas entre 
grandes civilizaciones como consecuencia de derivar unas de otras: 
Polinesia de Perú, o viceversa; las tierras bajas de Mesoamérica de las 
altas; China de Europa, o viceversa; el Nuevo Mundo (las Américas) del 
Viejo, etc. No obstante, en años recientes, la difusión ha perdido 
fuerza como principio explicativo. Nadie duda de que, en general, cuanto
 más próximas están dos sociedades, tanto mayores serán sus semejanzas 
culturales. Pero estas semejanzas no se pueden atribuir, sencillamente, a
 una tendencia automática a la difusión de rasgos. Es probable que 
sociedades próximas en el espacio ocupen ambientes similares; de ahí que
 sus semejanzas puedan deberse a la adaptación a condiciones parecidas 
(Harner, 1970). Existe, además, numerosos casos de sociedades en 
estrecho contacto durante cientos de años que mantienen estilos de vida 
radicalmente diferentes. Por ejemplo los incas del Perú tuvieron 
tuvieron un gobierno de tipo imperial, mientras que las vecinas 
sociedades de la selva carecían de cualquier forma de liderazgo 
centralizado. Otros casos son los de los cazadores africanos de la selva
 de Ituri y sus vecinos, los agricultores bantúes, y en el sudoeste de 
Norteamérica el de los sedentarios indios pueblo y sus vecinos los 
apaches, merodeadores nómadas. En otras palabras, la resistencia a la 
difusión es tan común como su aceptación. Si no fuese así, no habría 
conflicto entre los católicos y los protestantes de Irlanda del Norte; 
los mexicanos hablarían inglés (o los norteamericanos español) y los 
judíos aceptarían la divinidad de Jesucristo. Además, incluso si se 
acepta la difusión como explicación, aún permanece la cuestión de por 
qué el elemento difundido se originó en el primer lugar. Finalmente, la 
difusión no puede dar cuenta de muchos ejemplos notables en los que se 
sabe que pueblos que no han tenido ningún medio de contacto inventaron 
herramientas y técnicas similares y desarrollaron formas de matrimonio y
 creencias religiosas análogas.
En síntesis, la difusión no es más satisfactoria que la endoculturación como explicación de rasgos culturales similares. Si en la determinación de la vida social humana sólo interviniesen la difusión y la endoenculturación, lo lógico sería esperar que todas las culturas fueran y permanecieran idénticas, pero esto no es así.
En síntesis, la difusión no es más satisfactoria que la endoculturación como explicación de rasgos culturales similares. Si en la determinación de la vida social humana sólo interviniesen la difusión y la endoenculturación, lo lógico sería esperar que todas las culturas fueran y permanecieran idénticas, pero esto no es así.
No hay que concluir, empero, que la difusión no desempeña papel alguno 
en la evolución sociocultural. La proximidad entre dos culturas a menudo
 influye en la dirección y el ritmo de los cambios, y moldea detalles 
específicos de la vida sociocultural, aunque tal vez no logre moldear 
los rasgos generales de las dos culturas. Por ejemplo, la costumbre de 
fumar tabaco se originó entre los pueblos nativos del hemisferio 
occidental y después de 1492 se difundió en los rincones más apartados 
del globo. Esto no hubiera sucedido de haber permanecido América aislada
 de los demás continentes. Sin embargo, el contacto, por sí sólo, aporta
 una explicación parcial, puesto que cientos de otros rasgos originarios
 de América (como vivir en tiendas de campaña o cazar con arco y flecha)
 no fueron asimilados ni siquiera por los colonos que se establecieron 
en la vecindad de los pueblos nativos. 

 
 
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